Miércoles de Ceniza
(Jl 2, 12-18; 2Co 5, 20-6,2; Mt 6, 1-6.16-18)
Queridos hermanos:
¡La Cuaresma ha llegado, la Pascua está
cerca! En este pórtico de la Cuaresma, como preparación a la Pascua, la
liturgia nos invita a mirar al interior de nuestro corazón para prepararlo para
el encuentro pascual con el Señor en la humildad, purificándolo de todo apego
desordenado a uno mismo y a las criaturas, y disponiéndolo al amor del Señor y
a la misericordia. Más importante que las penitencias y que nuestra pureza es
la santidad de la Pascua, a la que nos disponemos; lo importante es que nuestro
encuentro con el Señor sea profundo y no superficial y vano en el día de
nuestra Redención.
Por eso, la preparación tiene el triple
camino del que habla el Evangelio: entrar en nuestro interior, ayudados por el
ayuno, y así disponer el corazón a la justicia, con la doble dimensión del
amor: hacia Dios mediante la oración, y hacia los hermanos mediante la limosna.
La ceniza resume, en un signo, la
actitud de humildad, que, reconociendo la propia precariedad, se abre a la
misericordia de Dios, acogiendo el Evangelio. Como decía san Juan de Ávila: el
pequeño fuego de amor (encendido en nosotros por el Señor), cuidemos que no se
apague, cubriéndolo con la ceniza de la humildad para mantenerlo vivo.
Echémosle cada día leña de buenas obras para avivarlo, sin perder tiempo.
La palabra de este día nos presenta los
caminos de la conversión al amor de Dios y de los hermanos, que comienzan
negándonos a nosotros mismos, para vaciarnos de nuestro yo.
Nuestra mirada se abre a la Pascua y
nuestra vida se proyecta a la bienaventuranza celeste, consumación de nuestra
gozosa esperanza de comunión. Los israelitas en Egipto celebraron el paso del
Señor y con él hicieron Pascua de la esclavitud a la libertad; comenzaba para
ellos el desasimiento de los ídolos para preparar sus esponsales con el Señor.
Su alianza con Dios los constituía en pueblo de su propiedad y estrechaba los
lazos que los unían entre sí en una fe común. Cristo realizó su Pascua al Padre
a través de la cruz, arrastrando consigo un pueblo sacado de la esclavitud del
pecado y unido por la comunión en un solo Espíritu. Nosotros somos llamados a
unirnos a Cristo en su pueblo, mientras caminamos a nuestra Pascua definitiva,
de Pascua en Pascua.
¡Conviértete y cree en el Evangelio!
¡Polvo eres, y en polvo se convertirá tu cuerpo en espera de la Resurrección!
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