Jueves 1º de Cuaresma
Est 14, 3-5.12-14; Mt 7, 7-12
Queridos hermanos:
El tema que retoma hoy la Liturgia de la palabra es la
oración, que nace del conocimiento de la bondad de Dios y de su amor por todo
lo que ha creado, y de forma especial por nosotros. Tampoco podemos olvidar su
poder y la necesidad que nos envuelve. Además, en la oración de petición hay
que considerar la parte subjetiva que condiciona la calidad de la oración; cuál
es su objeto y con qué oportunidad, intensidad y conveniencia suplicamos
aquello que deseamos alcanzar. La triple exhortación evangélica de "pedir,
buscar y llamar" une a nuestra precariedad la confianza en quien la puede
remediar, lo que nos hace perseverar en la súplica. Necesitamos ser
fortalecidos, sobre todo, en esa confianza que depende de la firmeza de nuestra
fe, cuyas compañeras inseparables son nuestra esperanza y nuestra caridad hacia
aquel a quien invocamos.
El Espíritu, la cosa buena por
excelencia, el Don que Cristo nos ha ganado con su total entrega, debe ser
nuestra máxima aspiración, pues aunque Dios provee siempre a nuestras
necesidades, hemos sido creados para nuestra participación en su propia vida divina,
en la comunión definitiva con él. Pedir el Espíritu implica desearlo, amarlo y
anteponerlo a todo; pedirlo con todo el corazón. Él es el maestro de la oración
y viene en ayuda de nuestra flaqueza porque nosotros no sabemos pedir como
conviene, como nos recuerda San Pablo.
Cuando sea el amor lo que nos mueva como
fruto del Espíritu, estaremos atentos a procurar a los demás el bien que
también nosotros deseamos, más que responder solamente con la misma moneda con
que se nos paga a nosotros. Es el Espíritu quien nos mueve a actuar por el bien
como única razón, sin dar cabida al mal. De una fuente dulce no brota agua
amarga. De Dios no sale nunca el mal. El Evangelio está lleno de este responder
al mal con el bien, como Dios hace con nosotros. Recordemos aquello de San
Bernardo: "Amo porque amo, amo por amor". Por eso necesitamos pedir,
buscar y llamar, para que se nos dé el Espíritu que Cristo nos ha ganado con su
entrada en la muerte y su resurrección, y el resto lo recibiremos por
añadidura. Pidamos por quienes no conocen el amor del Señor, busquemos a los
pecadores y llamemos a los extraviados para que regresen a Dios. Si no
encontramos en nosotros merecimientos para recibir lo que pedimos, busquémoslos
en la paternidad bondadosa de Dios, que quiere dárnoslo, como dice el Seudo-Crisóstomo.
Que así sea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario