Martes 2º de Cuaresma
Is 1, 10.16-20; Mt 23, 1-12
Queridos hermanos:
Hoy, la palabra nos invita a la fe,
pero, como trata siempre de amonestarnos san Juan, nuestra fe y nuestro amor no
son el punto de partida de nuestra salvación. El principio de nuestra salvación
es que Dios nos amó primero, y sólo el conocimiento, la experiencia y el
reconocimiento de este amor gratuito de Dios suscita en nosotros la fe, por la
que es derramado en nuestro corazón el amor de Dios, por el Espíritu Santo. De
forma que podemos amar y no necesitamos la gloria de los hombres, dando gloria
a Dios con nuestro amor, porque el amor es de Dios.
El problema de los escribas y fariseos
es que, cerrados a la fe, prefieren ser amados antes que amar; prefieren la
estima de los hombres a la comunión con Dios. Por eso, Jesús les dirá: “¿Cómo
podéis creer vosotros, que aceptáis gloria unos de otros y no buscáis la gloria
que viene sólo de Dios?”. Sin la fe, el amor no puede estar en su corazón, y la
Ley, desposeída del amor, se convierte en una carga insoportable para sí mismos
y en una exigencia para los demás. Su culto es perverso y vano porque no busca la
complacencia de Dios, sino la suya propia, y el verdadero culto a Dios es el
amor: “¡Misericordia quiero; yo quiero amor!”.
Este tiempo viene en nuestra ayuda para
movernos a buscar al Señor, negándonos a nosotros mismos mediante la penitencia
y abriéndonos a los demás mediante la misericordia, en nuestro camino hacia la
Pascua. Necesitamos abajar nuestro yo para abrirnos al tú del amor, y, en éste,
encontrarnos frente al Tú de Dios.
En Cristo, Dios va a glorificar su
nombre como nunca, manifestando su amor, salvando a todos los hombres de la
muerte, entregándolo por nuestros pecados y resucitándolo para nuestra
justificación. “Ahora va a ser glorificado el Hijo del hombre y Dios va a ser
glorificado en Él. ¡Padre, glorifica tu nombre!”, y dijo Dios: “Lo he
glorificado y de nuevo lo glorificaré”. La gloria de Dios es su entrega y su
complacencia, la entrega del Hijo por nosotros.
Creer en Jesucristo da gloria a Dios
porque, por la fe, el hombre fructifica en el amor: “La gloria de mi Padre está
en que deis mucho fruto y seáis mis discípulos”. La semejanza de los discípulos
con el Padre y el Hijo es el amor, y el amor lo glorifica.
Un fruto de amor da gloria a Dios porque
el amor es de Dios; es Él quien lo ha derramado en nuestros corazones por el
Espíritu Santo que nos ha dado. El que no cree no tiene el amor de Dios en su
corazón y está condenado a buscar su propia gloria, porque no es posible vivir
sin amor. Pide la vida a las cosas y a las personas, se sirve de ellas, pero no
las ama, y nada ni nadie puede dar vida, sino sólo Dios. El que no cree, no ama
y no da gloria a Dios.
Si por la Eucaristía nos unimos a Cristo
en este sacramento de su amor al Padre y a nosotros, lo glorificamos juntamente
con Él, haciéndonos uno con su entrega amorosa a su voluntad.
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