Martes 13º del TO
Mt 8, 23-27
Queridos hermanos:
Esta palabra del Evangelio está cargada de simbolismo y de enseñanza en primer lugar para los discípulos y también para todos nosotros: el mar, sinuosa imagen de la muerte; el temporal, figura de la persecución y la tribulación, y que en Jonás, es Dios mismo quien lo suscita; el miedo a la muerte, secuela del pecado y signo de “lo viejo;” el temor de Dios, “lo nuevo” de la fe; el sueño de Cristo en medio de la travesía, imagen de su muerte, y el despertar, anuncio de su resurrección. Marcos y Lucas hablan de pasar a la otra orilla, a la que Cristo va a conducir a la humanidad entera. En Mc, el aparente desinterés se hace ausencia vigilante y provisora.
Cristo va a introducir
a los discípulos en el mar y la noche para que tengan el encuentro personal de
la fe, única respuesta ante la muerte, por la que todo hombre debe pasar, y que
se levanta de improviso ante él. Cristo está invitando a los discípulos a
enfrentar la muerte junto a él, en apariencia ausente y desinteresado ante sus
vicisitudes, y salir indemnes invocando su Nombre. Ante ellos se extiende el
mar que es necesario atravesar, para constatar que Dios le ha asignado un
límite, en donde se desvanece su poder. Con Cristo, la humanidad no perecerá en
el mar, sino que tras un tiempo de tribulación, lo atravesará a salvo, asida a
la mano del Señor, tendida a quien lo invoca.
En medio de este mar,
los discípulos van a experimentar de forma insuperable el miedo a la muerte,
signo de “lo viejo”, de la condición humana, que los hace esclavos del diablo,
de por vida. ¿Dónde está
vuestra fe? ¿Aún no es “todo nuevo”
para vosotros en mí, como dirá san Pablo? ¿Dónde está vuestra
respuesta a la muerte? ¿Aún no comprendéis que está con vosotros la
resurrección y la vida? Claro que me importa que perezcáis (viene
a decir el Señor), y por eso tendré que dormirme entrando en el seno de la
muerte, para vencerla al despertar. Lo que me preocupa es que tengáis miedo de
perecer estando yo con vosotros, y no seáis capaces de confiar plenamente en
Dios abandonándoos en sus manos. Esta experiencia de los discípulos será vital
cuando tengan que enfrentar la muerte, y Cristo parezca ausente. Tendrán que
ser testigos de la victoria de Cristo, y hacerlo presente invocando su nombre.
Su fe deberá crecer hasta llegar a aquella otra tempestad de la que habla el
Evangelio, en la que sin preguntar: ¿Quién es éste?, se postrarán ante él.
También nosotros
necesitamos hacer nuestra la experiencia de los discípulos, de que el viento y
el mar obedecen a aquel que nos ha prometido estar con nosotros hasta el fin
del mundo, de forma que no perezca ni un cabello de nuestra cabeza, y con nuestra
perseverancia salvemos nuestras almas.
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