Jueves 13º del TO
Mt 9, 1-8
Queridos hermanos:
El amor de Dios por el hombre no queda anulado por el pecado. Dios es fiel, y su amor no mengua ante nuestra infidelidad; ha enviado a Jesucristo como cumplimiento de sus promesas, y ha sellado su alianza en la sangre de Cristo para el perdón de los pecados. Siendo amor, no puede negarse a sí mismo, y a pesar de nuestra infidelidad, permanece fiel.
Entre la fidelidad de Dios y la del hombre, media la fe,
por la que le son perdonados sus pecados y le es dado el Espíritu Santo, para
que el hombre no sólo quede curado, sino también fortalecido para seguir al
Señor haciendo la voluntad de Dios. El sí de Dios al hombre, que se ha
mantenido a través de la historia a pesar de la infidelidad humana y que ha
llegado a su plenitud en Cristo, alcanza para el hombre a través de la fe, la
promesa de Dios.
El hombre acogiendo a Cristo, responde mediante la fe, a
Dios, que lo entrega para perdonar el pecado. Por eso dice el Evangelio que
Cristo “viendo la fe de ellos” afirma que los pecados del paralítico están
perdonados. Sólo menciona los pecados del paralítico porque es en él, en quien
va a realizar la señal, pero la fe que comparten, les alcanza también la
justificación y el perdón. La fe del paralítico al que Cristo llama “hijo”
queda implícita en la de aquellos que le ayudan y en la obra que realizan
juntos, de la misma manera que lo está el perdón de aquellos de los que se
proclama su fe, en el perdón del paralítico.
Es importante destacar la “obra” que realizan juntos de: “abrir el techo encima de donde él estaba”,
y que el evangelista interpreta diciendo: “Viendo
la fe de ellos”. Hay ocasiones extremas en las que la oración, requiere
pasar a la acción heroica de un amor por el que se niega uno a sí mismo en
favor del otro; que no sólo implica nuestra preocupación o nuestro tiempo, sino
que incluso requiere involucrar nuestro dolor o nuestra propia vida, como ha
hecho Cristo por nosotros.
Cristo distingue, pero relaciona la capacidad de perdonar
con la de curar: “Para que veáis que el
Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar...“ La enfermedad y la
muerte, hacen referencia al pecado, y por ello el perdón del pecado vence
también la muerte que actúa en la enfermedad. Cristo une con frecuencia las
curaciones a la fe que perdona los pecados, y el perdón al amor que lo hace
visible. En efecto, donde está el amor lo
están también la fe y la esperanza, y no tiene cabida el pecado.
Los prodigios del pasado, en los que Dios mostró su amor
salvando a Israel de Egipto y perdonando sus pecados, se renuevan ahora en
Cristo, que salva definitivamente a su pueblo de los pecados, perdón por el que
se ha hecho siervo el Señor, tomando condición de esclavo. Amor salvador de
Dios, como había anunciado el ángel a María; amor, que se significa a través de
las curaciones y que hace brotar la glorificación y las alabanzas a Dios, que
obra maravillas.
También nuestra fe debe hacerse visible a todos en el amor
a los hermanos y en la intercesión por ellos al Señor que ve los corazones. La
fe debe llegar a ser “fidelidad” para que la justificación se traduzca en vida,
y vida eterna, como dice la Escritura: ”El justo vivirá por su fidelidad.”
Que la Eucaristía, sacramento de nuestra fe, borre nuestros
pecados y nos alcance la salvación y la vida eterna, intercediendo por nuestros
hermanos.
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