Domingo 16º del TO B
Jer 23, 1-6; Ef
2, 13-18; Mc 6, 30-34
Queridos hermanos:
Como nos muestra el Evangelio, todo tiene su tiempo: Su tiempo el trabajo y su tiempo el descanso. Así lo ha querido el Señor dándonos esta realidad corporal, que arrastra las debilidades de una carne sometida a las consecuencias del pecado (Ge 3,17), con la esperanza de su glorificación y el auxilio de la bondad divina en este destierro. El Señor educa a sus discípulos que serán también pastores en su nombre, enseñándoles a sacrificar incluso su descanso, para compadecerse de quienes careciendo de todo: “vejados y abatidos” acudan a ellos. Sólo el amor hace posible el don sin medida y el verdadero descanso: “Mi Padre trabaja siempre, y yo también trabajo” dirá Jesús. Dios descansa de crear el mundo, pero no de gobernarlo con amor, y de renovarlo cada día con su misericordia. En el amor, trabajo y descanso no son incompatibles.
Dios quiere siempre el bien para su pueblo; provee a sus
necesidades y lo defiende de los peligros como hace un pastor con sus ovejas.
Dios suscita para esta misión, pastores que cuiden en su nombre a sus ovejas, y
si las descuidan y son atacadas por el lobo, les pide cuentas, o los sustituye.
Cuando los pastores fallan, dice Dios: “Yo
mismo apacentaré a mis ovejas.” (Ez 34, 15).
Hoy el Señor nos mira con amor y se compadece de aquellos
de nosotros que andemos como ovejas sin pastor, a merced de tantos lobos que
buscan nuestro mal, y nos dispersan con sus embustes, y nos llama para que
acudamos a Cristo. Cristo es el Buen Pastor que Dios ha suscitado para arrancar
sus ovejas al maligno. Quien se une a Cristo, está a salvo de todo mal. Quien
escucha al diablo, se deja seducir por las ideologías y los falsos profetas del
mundo, a través de los medios de comunicación, de las sectas, de brujos y
adivinos, que en nombre de la libertad, el bienestar, la cultura, y la “ciencia,”
no son sino heraldos de Satanás que engañan y pervierten a cuantos andan
dispersos y a merced de sus pasiones, haciéndolos caer en toda clase de
trampas.
La Iglesia tiene la Verdad del amor de Dios con la que nos
pastorea en Cristo, dándonos los buenos pastos de su palabra, y el Espíritu
Santo; él es el verdadero profeta a quien hay que escuchar para vivir; él es nuestro
guía, que nos congrega, nos conduce y nos defiende: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados; tomad sobre
vosotros mi yugo, y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón y
encontraréis descanso para vosotros; y encontraréis reposo para vuestras almas.”
Cumpliendo en su carne la Ley, como dice la segunda
lectura, Cristo, anula las prescripciones desfavorables que nos condenaban, introduciéndonos en el
verdadero descanso.
Proclamemos juntos nuestra fe.
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