Miércoles 15º del TO
Mt 11, 25-27
Queridos hermanos:
El Señor revela los misterios del Reino (justicia, y paz, y gozo en el Espíritu Santo) a los discípulos que se hacen “pequeños” por su fe, sometiendo su mente y su voluntad a Dios que se revela a través de su Palabra. Él se ha humillado a sí mismo tomando condición de esclavo y se ha puesto a nuestro servicio, porque es manso y humilde de corazón, y comunica su Espíritu a cuantos creen en él. El príncipe de este mundo ha sido juzgado; el pecado ha sido perdonado y el pecador ha sido justificado. De este Don, nace el conocimiento del Hijo que lleva al conocimiento del Padre, y a través de él, se entra en comunión con los misterios del Reino, mientras a quienes se apoyan en su razón ebria de sí, en su soberbia, el Señor los mira desde lejos, como dice la Escritura, porque tienen ojos y no ven, oídos y no oyen; su corazón se ha endurecido, y han rechazado la gracia de la conversión.
Efectivamente,
de Cristo hay que aprender la humildad y la mansedumbre, sometiendo el orgullo y
la soberbia que nos hizo endurecer la cerviz fatigando nuestro espíritu, en
nuestra pretensión de ser dioses, mientras él, siendo Dios, se sometió a
hacerse hombre, e inclinó su cabeza bajo el arado de la cruz. Tomó nuestro yugo
para llevar su cruz, y nosotros debemos tomar el suyo, para llevar la nuestra e
ir en pos de él y unidos a él bajo su yugo.
Aprended de mí, no a crear el mundo, no
a hacer en él grandes prodigios, sino a ser mansos y humildes de corazón. ¿Quieres ser grande? Comienza entonces por
ser pequeño. ¿Tratas de levantar un edificio grande y elevado? Piensa primero
en la base de la humildad. Y cuanto más trates de elevar el edificio, tanto más
profundamente debes de cavar su fundamento. ¿Y hasta dónde ha de tocar la
cúpula de nuestro edificio? Hasta la presencia de Dios, como dice san
Agustín (sermones 69,2).
Cristo,
contempla los signos de la irrupción del Reino, y exulta de gozo ante el Padre, en el Espíritu: “El
Reino de Dios ha llegado.” Los pequeños son evangelizados; aquellos que se
hacen tales por la fe que nace en ellos al resonar la predicación en sus corazones.
Como la semilla sembrada en buena tierra, se abre el corazón de los pequeños a
la palabra, y acogen la gracia, dejándose conducir por el Espíritu, como Cristo
mismo, y el Padre se revela a los que son como él. Pequeño es el que se
abandona en las manos del Señor, como Cristo en las de su Padre.
Frente
a la soberbia diabólica, Cristo, ha querido ser manifestado en los pequeños y
él mismo se ha hecho el último y el servidor de todos, de manera que un
discípulo que se hace pequeño por el Reino, hace posible a quien le acoge en
nombre de Cristo, acoger a Dios mismo que lo ha enviado. Cuando alguien se
presenta con poder y prepotencia no hace presente a Cristo, sino al diablo. Por
eso, los discípulos de Cristo que van a ser enviados, deben hacerse pequeños,
como niños, en bien de quienes los acojan en su nombre.
«Y todo
aquel que dé de beber tan sólo un vaso de agua fresca a uno de estos “pequeños”,
por ser discípulo, os aseguro que no perderá su recompensa.»
Que así sea.
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