Lunes 6º del TO
Mc 8, 11-13
Queridos hermanos:
Como ocurría ya desde la salida de Egipto en la marcha por el desierto, Israel sigue pidiendo signos a Dios, incapaz de creer en su palabra y someter su mente a Dios, pero así no se convierte, porque no acoge a Dios, quedándose en sí mismo. “Ninguno de los que han visto las señales que he realizado en Egipto y en el desierto, y no han escuchado mi voz, verá la tierra que prometí con juramento a sus padres.” (cf. Nm 14, 22s).
Las señales que realiza Cristo en la
tierra no las pueden acoger, porque no tienen ojos para ver ni oídos para
oír ni corazón para creer, y piden una señal del cielo que se les imponga.
No habrá, por tanto, señal de este tipo para esta generación, que puedan ver
sin la fe, por encima de las que Cristo efectivamente realiza.
Cristo gime de impotencia ante la
cerrazón de su incredulidad. La señal por excelencia de su victoria sobre la
muerte, como la salida de Jonás del seno del mar, será oculta para ellos (no
habrá señal) y solo podrán “verla” acogiendo en la fe, la predicación de los
testigos, como los ninivitas en la persona y las palabras de Jonás. Este tiempo
no es de higos, sino de fe, de combate, de entrar en el seno de la muerte y
resucitar, como Jonás. Solo al “final” verán venir la señal del Hijo del hombre
sobre las nubes del cielo para comenzar el juicio.
Jonás realizó dos señales: La
predicación, que sirvió a los ninivitas que se convirtieron, y la de escapar
del seno de la muerte a los tres días, que nadie pudo conocer mas que a través
de las Escrituras. En cuanto a Cristo, los judíos no aceptaron la primera, y la
segunda no pudieron verla; no hubo más señal para ellos que la predicación de
los testigos elegidos por Dios.
El significado de las “señales” solo
puede verse con la sumisión de la mente y la voluntad que lleva a la fe y que
implica la conversión. Dios no puede negarse a sí mismo anulando nuestra
libertad para imponerse a nosotros, por eso, todas las gracias tendrán que ser
purificadas en la prueba.
Nosotros hemos creído en Cristo, y hoy
somos invitados a creer de nuevo en la predicación, sin tentar a Dios
pidiéndole signos, sino ofreciéndole el obsequio de nuestra sumisión de fe, y con
el discernimiento, que él da generosamente al que lo pide con humildad. De la
misma manera que sabemos discernir sobre los signos de la naturaleza, debemos
pedir el discernimiento espiritual de su Palabra a través también de los
acontecimientos.
Que en la Eucaristía podamos entrar
con Cristo en la muerte y con él resucitar.
Así sea.
Buen día padre, si los signos que hacía Jesús: curar enfermos, expulsar demonios, no eran suficientes como "señales" entonces qué señal esperaban o hubiera sido suficiente como tal.
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