Lunes 5º del TO

Lunes 5º del TO

Mc 6, 53-56

Queridos hermanos:

          En este Evangelio Cristo no dice una sola palabra, pero predica con sus obras. Contemplamos las curaciones con las que Jesús significa el retroceso del mal ante la irrupción del Reino de Dios. La salvación se abre camino con la presencia de Cristo. Hoy el Señor sin hablar, pasa haciendo el bien.

          El Evangelio habla con frecuencia de la importancia de las obras: “Las obras que el Padre me ha encomendado llevar a cabo, las mismas obras que realizo, dan testimonio de mí.” “Si no hubiera hecho entre ellos obras que no ha hecho ningún otro, no tendrían pecado; pero ahora las han visto.” “Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis; pero si las hago, aunque a mí no me creáis, creed por las obras.”

          A los discípulos les dirá: “El que crea en mí, hará él también las obras que yo hago, y hará mayores aún.”  “Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.” “Tenemos que trabajar en las obras del que me ha enviado”.

          Decía san Antonio de Padua, que la palabra tiene fuerza cuando va acompañada de las obras. Cesen, por favor, las palabras y sean las obras las que hablen. Estamos repletos de palabras, pero vacíos de obras, y, por esto, el Señor nos maldice como maldijo aquella higuera en la que no halló fruto, sino hojas tan sólo. La norma del predicador -dice san Gregorio- es poner por obra lo que predica. En vano se esfuerza en propagar la doctrina cristiana el que la contradice con sus obras (sermones, I, 226).

          “Todos los que le tocaban quedaban curados”, porque creían en él, gracias al testimonio de los que habían sido curados antes y de los que les llevaron la noticia. Es el caso de la hemorroísa. La curación es signo de la fe que Cristo pide a los enfermos, o reconoce en ellos, y también en ocasiones es semilla que conduce a ella.

          ¿Acaso no son figura de la Iglesia aquellos que al reconocerle se apresuraron a llamar y traer a los enfermos de la región? Sin duda esa era una fe activa que convencía a los enfermos para que acudieran a Jesús. Cada enfermo curado se convertía en testigo y pregonero de la misericordia de Dios, y la solicitud de aquellos mensajeros no quedó sin fruto; y no podemos dudar que se elevara en aquella región un clamor de bendiciones a Dios y de agradecimiento por tanta misericordia recibida, como había predicho Isaías: “Acrecentaste el gozo, hiciste grande la alegría por tu presencia, como cuando se alegran durante la siega o al repartirse el botín”.

          Esta palabra, que es Cristo, sigue siendo actual hoy para quien la escucha, y se cumple en quien la acoge para salvación y en quien la rechaza, para juicio. Exultemos pues, ante el Señor que está en medio de nosotros y se nos da en la Eucaristía, sacramento de nuestra fe.

          Que así sea.                                                                                                                                                                www.jesusbayarri.com

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