Jueves 5º del TO
Mc 7, 24-30
Queridos hermanos:
Aparece la fe como protagonista de esta palabra, pero la fe
de los gentiles, que contrasta con la incredulidad de los “hijos”, que rechazan
el “pan” tirándolo al suelo, donde lo comen los “perritos”. Las profecías de la
llamada universal a todos los hombres al conocimiento de Dios, se cumplen con
la llegada de Cristo. Él, es la casa que Dios se ha construido con un corazón
de hombre “para todos los pueblos”.
Para san Pablo, el endurecimiento de Israel no es sino un
paso intermedio por el cual los gentiles tendrán acceso al Santuario de Dios
por la fe en Cristo. Es la fe lo que les sienta a la mesa y les hace partícipes
del “pan de los hijos”: “Os digo que los sentaré a mi mesa y yendo de uno al
otro les serviré.” “Por eso os digo que vendrán de oriente y occidente y se
sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob, mientras vosotros os quedaréis
fuera”. En el camino de búsqueda de las ovejas perdidas, Cristo se
apiada de los “perritos”.
La fe no hace acepción de personas,
naciones, ni lenguas. El amor sale en nuestra búsqueda anulando la distancia
que nos apartó del Paraíso, para introducirnos en el único rebaño del Pastor
eterno, al que el lobo no puede arrebatar sus corderos.
Hoy Cristo va a la región de Tiro y
Sidón en busca de una oveja, para encontrar la fe de una mujer pagana y plantar
la semilla del reino allende las fronteras de Israel. Qué misteriosos son, una
vez más, los caminos de la gracia, y que irrastreables, para encontrar un
corazón abierto a su clemencia.
Las sobras de los niños sacian a los “perritos”
que las saben apreciar en su superabundancia de vida y de consuelo, hasta hacer
de ellos “hijos”. La fe y la humildad de la madre obtienen para la hija la
garantía de la curación, como testimonio para la apertura de la salvación en
Cristo, que conduce al conocimiento de Dios.
Nos es desconocida la llamada que ha
motivado en la mujer la súplica, y ha propiciado el encuentro con Cristo y la
consecuente profesión de fe que expulsa al diablo. La iniciación cristiana de
la niña seguirá un proceso inverso al de la madre, como suele suceder con los
hijos de padres cristianos. La gratuidad del amor de Dios tiene sus propios
caminos, pero todos concurren en la salvación del hombre que los acoge.
Así nos busca a nosotros hoy el Señor
haciéndose cercano a nuestra lejanía, para darnos la naturaleza de hijos y
sentarnos a su mesa, nutriéndonos de lo sabroso de su casa y abrevándonos en el
torrente de sus delicias. Cuerpo y sangre de Cristo que nos introducen en el
misterio de su muerte y nos alcanzan su resurrección. Memorial de vida eterna y
sacramento de nuestra fe para la vida del mundo. Eucaristía.
Si hoy nosotros estamos sentados a la
mesa del Reino y comemos del Pan que nos sacia y da la Vida Eterna, es por
acoger el don gratuito de la fe de nuestra madre la Iglesia, que nos hace
hijos, y como en el caso de la samaritana y de la sirofenicia, también nosotros
somos invitados a proclamar nuestra fe en Cristo a quienes el Señor ponga junto
a nosotros.
Que así sea.
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