La Cátedra de san Pedro

La Cátedra de San Pedro

(1P 5, 1-4; Mt 16, 13-19)

Queridos hermanos:

          En esta fiesta, más que celebrar directamente a San Pedro, celebramos su “cátedra”; su función, su ministerio en relación a la revelación de la fe cristiana; contemplamos la misión de fundamento, signo de comunión, y el poder de atar y desatar, que Cristo entrega en la persona de Pedro a su Iglesia, cuya fe tendrá la misión de hacer sucumbir las puertas que defienden el infierno.

          Las puertas son lugares estratégicos fundamentales en la defensa de una plaza amurallada que es atacada, y no puntos estratégicos de ataque. Su caída representa su derrota. Es por tanto el Infierno, el Hades, quien sufre el ataque y quien verá sucumbir sus defensas, sus puertas, ante el ataque de la Iglesia, que en su asedio a los poderes de la muerte, tiene profetizada la victoria. No es la Iglesia quién debe resistir pasivamente, aunque con éxito, el ataque infernal, sino quien hará sucumbir las defensas del Infierno y repartirá botín liberando a sus cautivos (Cf. Mt 16, 18).

               Pedro es pues investido por Cristo, de las prerrogativas de Mayordomo de la Casa de Dios cuyo distintivo son las llaves, como Eliaquín en el palacio de David, (Is 22, 20-22); de las prerrogativas del Sumo sacerdote Simón hijo de Onías, que puso los cimientos del templo (Eclo 50,1); (cf. Simón hijo de Jonás, Mt 16, 17, o Simón hijo de Juan, Jn 1, 42), y de las prerrogativas del Sumo sacerdote Caifás, Kefa, (Cefas), de pronunciar el nombre de Dios el día del Yom Kippur: “Tu eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.”  

          Esta designación de Pedro, parte de la elección divina que lo impulsa a proclamar el nombre de Dios, que sólo era lícito al Sumo Sacerdote, y a que revele la filiación divina de Cristo, fundamento de la nueva fe, que será el cimiento de la Iglesia, como comunidad mesiánica, escatológica, que comienza a existir.

          Por eso, “Cefas”, sustituye a Caifás, cuya función queda tan obsoleta, como su culto en el templo de Jerusalén, una vez que la Presencia de Dios (Shekiná) lo abandona, rasgándose el velo del Templo de arriba abajo, aquel año en el que el hilo rojo de las puertas del Templo no fue blanqueado.

               En la fiesta de Kîppûr, amarraban un hilo rojo a las puertas del Templo y otro hilo rojo a los cuernos del cabrito, que era echado al desierto. Si la oración del sumo sacerdote, la confesión, era sincera, el hilo rojo que estaba en la puerta del Templo cambiaba de color y se transformaba en blanco. Por eso Isaías dice que aunque tus pecados sean rojos como escarlata serán blancos como la lana (cf. Is 1,18). El talmud nos dice que cuarenta años antes de la destrucción del Templo, el hilo rojo no se volvió blanco (en Yom Kippur). Es el talmud quien lo dice. Si hacemos cálculos nos llevamos una sorpresa. El Templo fue destruido en el 70. Entonces, cuarenta años antes significa que nos encontramos justamente en la Pascua (crucifixión) de Jesucristo. (F. Manns, Introducción al judaísmo, cap. V p.73)

          Efectivamente, el nuevo sacerdocio se inicia fuera del templo y de Jerusalén, en el lugar “profano” de Cesarea de Filipo, y ajeno a la casta sacerdotal de los levitas. La “unción” realizada por Cristo, viene de lo alto, mediante la revelación hecha a Pedro de la nueva fe: “Jesús de Nazaret es el Cristo, el Hijo del Dios vivo”.

          La fe es el resultado del don de Dios que se revela al espíritu humano, don al que se unen el testimonio humano y el testimonio del Espíritu que lo confirma, a través fundamentalmente de las Escrituras y la predicación del Kerigma, dándole la certeza de la Verdad del Amor de Dios.

          Los discípulos, acogiendo la predicación, las señales y la caridad de Cristo, creen en él como maestro, profeta y enviado de Dios, pero será el Espíritu Santo, quien testificará a su espíritu su divinidad de Hijo del Altísimo, transformando sus creencias en fe que obra por la Caridad, dándoles obediencia y confianza, juntamente con todos sus dones. Esta es la fe de la Iglesia, que profesamos en la Eucaristía: El “Sacramento de nuestra fe.”

          Hoy que el mundo ataca a la iglesia por insidias del diablo, enemigo de Dios y los hombres, persigue de forma especial la figura del Papa, tratando de debilitar nuestra adhesión a Pedro. Si del Señor dijeron que era un blasfemo, y un endemoniado, qué no van a decir del Papa. Oremos, por tanto, especialmente por el Papa en este día, para que el Señor lo ilumine, lo sostenga, y lo proteja de todo mal.

          Que así sea.

                                                 www.jesusbayarri.com

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