Domingo 6º del TO B

Domingo 6º del TO B 

(Lv 13, 1-2.44-46; 1Co 10, 31-11, 1; Mc 1, 40-45)

Queridos hermanos:

La palabra de hoy es una invitación a dar gloria a Dios por todo, como dice la segunda lectura, pero sobre todo por Jesucristo, nuestro médico, en quien hemos obtenido la curación de nuestra lepra, por el perdón de los pecados. Con él todo es gracia para nosotros de parte de Dios, y como agraciados, somos llamados a ser agradecidos.

Para comprender el significado de la lepra y la razón por la que el Señor nos  habla de ella, debemos acudir a las Escrituras. Vemos que la lepra separa al hombre de la comunión con la comunidad, como le ocurrió a María la hermana de Moisés, y es por ello figura de la murmuración, el juicio y la maledicencia, que además rompe la comunión con Dios, que es amor.

Al venir Cristo a restablecer la comunión del hombre con Dios y con los demás hombres, mostrando el amor de Dios, su caridad, que es el fundamento y el fin de la ley, como médico que cura nuestros pecados, la verdadera lepra es ahora también nuestra incredulidad, impedimento para acudir a él, y dejarnos bañar por su caridad, glorificando a Dios.

La figura del leproso del Evangelio es muy importante para nosotros, porque acude a Jesús de Nazaret, y va a profesar su fe en él, postrándose ante el Señor, y más que pedir su curación, se somete a su discernimiento, a su voluntad y a su poder, reconociendo su autoridad sobre la lepra y sobre la Ley: “Si quieres, puedes curarme.” Recordemos que la ley prohibía a los leprosos acercarse. Nunca el Señor se resiste a la fe y a la humildad del pecador, que acudiendo a él: se humilla, suplica su ayuda apelando a su caridad infinita, y obedece a su palabra que le dice: “preséntate al sacerdote.”

Puede sorprendernos que Jesús toque al leproso, siendo así que él puede curar con sólo su palabra y decirle solamente queda limpio. Además, también, porque la ley prohibía tocar a un leproso. Nosotros sabemos que Jesús, no sólo no puede ser contaminado por la impureza, sino que puede limpiar toda impureza con sólo quererlo. Podemos decir que lo tocó ya curado, pues le dijo “quiero, queda limpio”. Es su voluntad lo que cura y lo que le hizo extender la mano sobre el leproso. Además quiso someter al leproso a la ley en lugar de ignorarla, mandándole presentarse al sacerdote, siendo así que, como dice san Juan Crisóstomo (en: Mateo 25,1) : Cristo no estaba bajo la Ley, sino sobre ella como Señor de la Ley, y así lo testifica la curación.

La severidad con la que Cristo pide al que había sido leproso que no publique el suceso, y su “cólera” cuando es forzado a realizar las curaciones, se debe al impedimento que suponen los milagros a su predicación, y en general a su misión de suscitar la salvación por la fe, más que a procurar el bienestar de las curaciones que la gente busca sin relación alguna con la voluntad divina. Jesús relativiza siempre el valor del milagro, cuya finalidad última es suscitar la fe que salva.

La curación, como dijo el Señor, buscó además dar testimonio a los sacerdotes que no creían, de manera que fueran inexcusables si persistían en su incredulidad. El leproso, en cambio, hizo la profesión de la fe que lo salva, como dice Cromacio de Aquilea (en: Mateo 38, 10). El Señor cura y manda al leproso para evangelizar a los sacerdotes y para que viesen su fidelidad a la Ley, como dice san Jerónimo (en: Mateo 1,8, 2-4), y no porque la felicidad del leproso dependiera de su salud; ni lo hizo tan sólo para que cumpliera un precepto de la Ley.

Cuando la suegra de Pedro es curada, se pone a servir; cuando el endemoniado es curado, es enviado a testificar a los de su casa; ahora el leproso es enviado a evangelizar a los sacerdotes. También nosotros que estamos siendo curados por el Señor, somos enviados a anunciar la Buena Noticia a todos los hombres.

 Profesemos juntos nuestra fe.

                                                           www.jesusbayarri.com

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