Viernes 34º del TO
Lc 21, 29-33
Queridos hermanos:
Hoy la liturgia nos ofrece una mirada escatológica a través de ambas lecturas, propia de este tiempo en el que concluye el año litúrgico. El discurso de Cristo tuvo un alcance inmediato, referido a la eclosión del Reino que llega con Él; sin embargo, en los Evangelios aparece en ocasiones amalgamado con la escatología. Lo que acontece con la visita del Señor y con el juicio, acontece también con la irrupción del Reino: hay una primera manifestación y una definitiva.
El
Reino irrumpe humildemente con la predicación de Cristo, y sólo con la
conmoción que supondrá la destrucción de Jerusalén dejará su fase embrionaria
para desplegarse, alcanzando una primera plenitud en su desarrollo durante mil
años y llegando a hacerse universal. El Apocalipsis anuncia, además, una
conmoción cósmica, en la que la figura de este mundo pasará para dar lugar a
los cielos nuevos y a la tierra nueva, donde el Reino eterno de Dios alcanzará
su expansión y plenitud definitiva, precedido por las señales que anuncian la
cercanía del Señor en su venida gloriosa.
En
la medida en que el Reino alcanza su plenitud, como meditábamos ayer, este
mundo se disuelve. Lo provisional da paso a lo definitivo, y al parto de los
cielos y la tierra nuevos le acompañarán los dolores del alumbramiento, como
cuando se da a luz una nueva vida. En el tiempo de los frutos todo será
cosechado: el bien y el mal; pero cada uno recibirá su paga correspondiente,
como en la parábola de la cizaña.
El
abismo del mal se agitará en los cuatro puntos cardinales, consciente de que le
queda poco tiempo. Su fin se acerca, vomitando enfurecido las abominables
bestias anunciadas por el profeta Daniel y por el Apocalipsis, cuyos engendros
llegan hasta nuestros días.
Comunismo,
fascismo, masonería, satanismo, terrorismo, fundamentalismo, feminismo,
ideología de género y otras corrientes son signo de la agitación y
efervescencia del mal ante el advenimiento definitivo del Reino de Dios. Frente
a estos monstruos necesitamos discernimiento.
La
cizaña será reducida a cenizas y aniquilada, como la muerte; pero no perecerá
ni un solo cabello de nuestra cabeza. El Señor nos resucitará y nos llevará con
Él, mientras pasa la figura de este mundo.
La
Revelación de Dios en su Palabra nos ofrece las claves para el discernimiento,
que nos permite vislumbrar en los acontecimientos la irrupción del Reino y la
venida de Cristo, que está cerca, a las puertas. Se acerca nuestra liberación,
y con ella debe afianzarse nuestro testimonio de Jesús y nuestra vigilancia.
Todas las falacias de las ideologías colapsarán sobre sus pretendidas certezas,
y sus seguridades se precipitarán en la más tremenda ruina. La subsistencia
exigirá discernimiento y perseverancia en la fe.
Ante
la Eucaristía, realidad sacramental, este es el horizonte que hoy se nos
presenta mientras esperamos, exhalando —como dijo san Juan Pablo II en su
catequesis del 3 de julio de 1991— el suspiro más profundo que el Espíritu
Santo ha suscitado en la historia, unido a la Iglesia: “¡Ven, Señor!”. “El
Espíritu y la Esposa dicen: ¡Ven!” (Ap 22,17).
¡Maran-atha!
¡Que pase este mundo y que venga tu Reino!
Que así sea.
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