Miércoles 34º del TO
Lc 21, 12-19
Queridos hermanos:
Dios quiere que todos los hombres se salven e inspira en los discípulos de Cristo un testimonio final, marcado por su entrega total y sostenido por la asistencia de su Espíritu. Deberán sufrir una gran persecución del maligno, desesperado al ver acercarse su hora fatal. Exasperado por la inminencia de su derrota definitiva, el mal se volverá contra nosotros, y seremos perseguidos hasta la muerte para su propia ruina. Este será el momento de nuestro testimonio de la Verdad y de reinar con Cristo sobre nuestros enemigos, para que sean evangelizados por nuestro perdón gratuito, que reproduce el amor de Dios hacia nosotros y manifiesta el tiempo de la misericordia divina, en busca de la salvación de los impíos.
El
Espíritu Santo será nuestra fortaleza frente a los sufrimientos, en los que
seremos sostenidos para que “no perezca ni un cabello de nuestra cabeza, y con
nuestra perseverancia salvemos nuestras almas.” Este es el momento del
testimonio para el que hemos sido llamados: mostrar la fe que profesamos,
confesar que Dios es el único sentido de nuestra vida, hacia quien tiende
nuestra “esperanza dichosa,” fruto del amor que el Espíritu Santo ha derramado
en nuestros corazones. Por Él podemos “odiar” esta vida y las cosas del mundo,
en favor de cuantos Dios ha amado, derramando por ellos la sangre de su Hijo.
Que
el amor nos mantenga vigilantes, con el discernimiento de la fe, a salvo de los
engaños constantes del maligno, que desde el principio ha pretendido “ser.”
Detrás de cada falso mesianismo resuena una palabra del Señor que nos despierta
y nos purifica. Los ataques a la fe son temibles por su violencia, pero aún más
por su seducción hacia un engañoso bienestar y una falsa paz idolátrica. Se
necesita la iluminación de la cruz y de la historia para reconocer en ellas al
Señor. Y, por último, cuando las fuerzas del cosmos sean sacudidas, la
salvación estará en perseverar.
A
la asistencia y fortaleza del Espíritu deberá unirse la perseverancia que
conduce a la victoria, posible únicamente cuando la fe y el amor sostienen la
osadía de la esperanza, con la paciencia, en medio de las tribulaciones. Será
necesario renunciarse totalmente, permaneciendo en el don gratuito del amor de
Dios, y así guardarse para la vida eterna.
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