Jueves 17º del TO

Jueves 17º del TO

Mt 13, 47-53

El Discernimiento: Camino hacia el Reino

Queridos hermanos, el Reino de los Cielos es una realidad sobrenatural, tejida por la gracia divina, ofrecida como un traje de fiesta a quienes —aun bajo la sombra del pecado— han sido llamados por Dios a participar libre y responsablemente en su salvación. Esta gracia no se impone, sino que se entrega como don gratuito, esperando la respuesta libre del corazón humano.

Hoy, la Palabra nos exhorta al discernimiento. ¿Y qué es discernir, sino aprender a ver con los ojos de Dios? El Evangelio nos invita a abrazarlo, como el sabio amante de las Escrituras que ha descubierto en ellas el tesoro escondido. La parábola de la red, que arrastra tanto lo bueno como lo malo, exige también discernimiento: tiempo para reconocer, separar y valorar. Como la cizaña y el trigo, todo será juzgado. Nosotros, hermanos, necesitamos discernir para conducir nuestra vida, porque también seremos juzgados, como los peces recogidos en la red.

Pero no temáis: en Cristo, Dios ha querido entrar en la red con nosotros. En su gracia redentora, ha tomado sobre sí nuestras flaquezas, para que, al llegar el día del juicio, nuestros corazones hayan sido purificados.

Discernir no es poseer cualquier sabiduría; es sabiduría para gobernar. Todos, sin excepción, estamos llamados a gobernar nuestra existencia con prudencia, hacia su meta eterna. Si Dios es la Verdad y la Vida, a la que hemos sido llamados por misericordia, entonces el discernimiento es el faro que nos guía por el camino de la sabiduría, revelado como perla preciosa y tesoro escondido.

La Escritura nos enseña: “El temor de Dios es el principio de la sabiduría.” Y si alguien se llena de saber pero se aparta de Dios, ha perdido la sabiduría verdadera. Así pues, preguntémonos: ¿dónde encontrar este discernimiento?

San Pablo responde con claridad: la condición indispensable para adquirirlo es que el amor de Dios, derramado por el Espíritu Santo, sea el motor de nuestra vida. “Para quien ama a Dios, todo concurre para su bien.” El amor transforma cada acontecimiento en oportunidad para crecer en sabiduría, y para avanzar en dirección al bien.

La comunidad cristiana, hermanos, aunque limitada en lo humano, es germen del Reino. Ella misma es la perla de gran valor. Pero esta perla solo se aprecia mediante el discernimiento del amor que en ella habita.

Para san Agustín, la perla preciosa es la Caridad. Y sólo quien la posee, ha nacido verdaderamente de Dios. Éste es el gran criterio de discernimiento: porque aunque lo poseas todo, si te falta la Caridad, nada tienes. Pero si no posees nada, y renuncias a todo por alcanzarla, entonces lo posees todo.

San Pablo nos lo recuerda: “El que ama ha cumplido la Ley.” Ha alcanzado el Reino, porque Dios —en su esencia más pura— es amor.  

          Que así sea.

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