Santiago Apóstol
Hch 4, 33; 5,
12.27-33; 12.2; 2Co 4, 7-15; Mt 20, 20-28
Queridos hermanos:
En
esta solemnidad de Santiago Apóstol, la Palabra nos presenta el anuncio de la
Pasión como antesala luminosa de la Pascua. Santiago, el hijo del trueno, será
el primero de los apóstoles en derramar su sangre por Cristo: el primero en
beber del cáliz, el primero en ser bautizado con el bautismo del Señor. En él
se inaugura la senda del martirio que no es derrota, sino comunión plena con el
Redentor.
Cristo
asume la multitud de nuestros pecados y, al sumergirse en la muerte, prepara su
resurrección victoriosa. Sin embargo, mientras Él se dispone a entregarse por
amor, sus discípulos aún no logran superar la concepción mundana del Reino:
sueñan con lugares de honor, sin advertir que la gloria del Mesías no se mide
con los criterios de este mundo. La carne mira por sí misma, buscando
influencias y privilegios.
Y
ahí estamos también nosotros, retratados en la realidad caída de los apóstoles.
Queremos figurar, sobresalir, prevalecer. Pero Cristo nos revela al hombre
nuevo: aquel que se niega a sí mismo por amor, antepone el bien del otro al
suyo propio y sirve sin esperar recompensa. Hasta entregar la vida. Ese es el
camino del discípulo. Porque el Hijo del Hombre no vino a ser servido, sino a
servir y a dar su vida como rescate por muchos.
Es
fácil dejarse seducir por los criterios del mundo. Pero Cristo vive en otra
sintonía, propia del Espíritu: es la onda del amor. Su Reino no se edifica con
poder, sino con entrega. Quien quiera estar cerca del Señor, deberá acercarse a
su bautismo y a su cáliz: símbolos de donación total.
Jesús
va delante. No solo marca el camino; Él es el camino. Consciente de que
los judíos lo buscaban para matarlo, camina firme, y sus discípulos se
sorprenden y se llenan de miedo. ¿Acaso no es también nuestro temor el de
entrar en el misterio del amor que se dona?
Este
puede ser un punto clave para nuestra conversión: dejar de mirarnos a nosotros
mismos y fijar la mirada en Cristo. Él es el rostro visible del Padre, que
brilla en el amor y el servicio. Esa es la gracia que se nos ofrece: no como
mérito, sino como comunión. El que ama ya no necesita esperar la recompensa de
la vida eterna, porque Dios es amor, y quien ama ya vive en Dios. Ha pasado de
la muerte a la Vida. Ha regresado al Paraíso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario