Viernes 15º del TO
Mt 12, 1-8
“Misericordia quiero, y no sacrificios” (Mt 9,13)
Queridos hermanos:
Partamos de un error común pero profundo: el mal discernimiento que los judíos tenían respecto al sábado. El evangelio nos revela con claridad que el corazón de toda ley divina es el amor. Solo cuando el amor madura en el corazón del creyente, florece el discernimiento, y es entonces cuando se aprende a distinguir entre la letra y el espíritu de la ley, entre lo importante y lo accesorio.
Por
eso el Señor les dice: “¿Cuándo vais a entender lo que significa aquello de:
‘Misericordia quiero, y no sacrificios’?” Porque una justicia sin misericordia
es crueldad, y nada hay más lejano del verdadero espíritu de la ley. El sábado
no es simplemente un precepto: es una invitación al amor. Es una llamada a que
el corazón humano se eleve por encima del interés, y se fije en Dios. El sábado
es presencia divina que da vida y sentido al hombre más allá de sus ocupaciones
y relaciones cotidianas.
Entre
los mandamientos de la ley, algunos tienen gran relevancia, como el descanso
sabático, pero todos se sostienen sobre un mismo fundamento: el amor. Porque
vienen de Dios, que es amor, y buscan edificar al hombre en la gratuidad, la
contemplación y la bondad divina.
Ante
los conflictos entre la letra y el espíritu de la ley, ¿qué necesitamos?
Discernimiento, sí, pero uno que brota del amor. Solo cuando el corazón está
lleno de caridad, se puede juzgar rectamente. Las “gafas” para ver al otro sin
distorsión son la caridad, porque como nos dice la Escritura: “Yo quiero amor,
y conocimiento de Dios” (Os 6,6).
A
los que no supieron discernir, Jesús les dice: “Id y aprended qué significa
aquello de: ‘Misericordia quiero, no sacrificios’”. Pues el discernimiento,
hermanos, distingue lo esencial de lo periférico; capta el alma del precepto,
siempre iluminado por la caridad. Mientras la ciencia puede inflar el ego, la
caridad edifica (1 Co 8,1), porque es derramada en nuestros corazones por el
Espíritu de Dios.
Detrás
del discernimiento hay una gran verdad: “Ama y haz lo que quieras”, como
enseñaba san Agustín parafraseando a Tácito. Donde hay amor, hay sabiduría;
donde falta el amor, sobra la necedad.
La
misericordia de Cristo no conoce días prohibidos. Por eso el paralítico toma su
camilla en sábado; por eso Jesús toca al leproso y abre corazones a la
bendición y a la glorificación de Dios. Eso es el sábado: un día para poner el
corazón del hombre en el cielo, su cuerpo y su espíritu.
El
sábado nos libera del peso de la maldición que cayó sobre el trabajo, y nos
concede un anticipo de la vida, donde Dios será nuestro único sustento
eternamente. ¡Qué don tan grande! ¡Qué revelación de su amor!
Que así sea.
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