Jueves 16º del TO
Mt 13, 10-17
La Gracia de Volverse al Señor
Queridos hermanos:
El volver nuestro corazón al Señor no es obra exclusivamente humana; es, ante todo, una gracia concedida que debemos acoger con humildad. No somos los árbitros que disponen cuándo el Señor debe escuchar nuestras súplicas ni cuándo Dios ha de mostrarse favorable. Es Él quien toma la iniciativa, y nosotros debemos responder con fe.
¡Cuántos,
como los escribas y fariseos, frustraron el plan divino sobre sus vidas!
¡Cuántos, como los hijos de Israel, cerraron sus oídos para no oír, y sus ojos
para no ver! El endurecimiento del corazón ante la gracia es tragedia
espiritual. Por eso el Señor nos advierte con palabras firmes: “Mirad cómo
escucháis”.
Nos
dice la Imitación de Cristo: “Temo al Dios que pasa”. ¡Qué
profunda esta frase! Pues hay gracias que se nos ofrecen una sola vez,
bendiciones que nos reclaman vigilancia, no sea que pasen de largo y tengamos
que lamentar su pérdida.
El
profeta Isaías nos exhorta: “Vigilancia y calma”. Y el Espíritu Santo
nos lo recuerda en lo íntimo del alma. El que ama, espera; y el que espera,
vela. Como la esposa del Cantar de los Cantares, nos mantenemos atentos
a la voz del Amado, deseando que nuestros corazones entren en sintonía con el
suyo. En esa comunión silenciosa y profunda, hay amor más elocuente que las
palabras, luz más reveladora que las razones, y fecundidad más poderosa que
nuestros propios esfuerzos.
Porque
al que tiene, se le dará en abundancia, y al que no tiene, se le pedirá aún
aquello que se le ofreció. Las palabras del Señor, al igual que sus obras,
requieren del intérprete divino que las haga fecundas, purificando el corazón
entorpecido por la pesadez del mundo.
Pero
el Señor —¡bendito sea su nombre!— es rico en misericordia. Nunca desespera de
la salvación de nadie. Aunque corrija con severidad, se apiada nuevamente, como
nos asegura la Escritura: “Porque no rechaza para siempre el Señor; aunque
aflige, se compadece según su gran amor”.
Y
si el Espíritu permanece en nosotros hasta el fin de los tiempos —como fuente
que brota para vida eterna— Él mismo irá colmando nuestras carencias, tan
evidentes como inmensas. Nos conducirá hacia una plenitud insospechada,
bienaventurada, prometida a quienes siguen al Pastor eterno. Y esta promesa se
ha hecho carne... y hemos visto su Gloria: gloria que proviene del
Padre, gloria que nos ha sido enviada.
Que así sea.
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