Miércoles 19º del TO
Mt 18, 15-20
Queridos hermanos:
Dice Jesús en el Evangelio: “Si tu
hermano peca, repréndele; y si se
arrepiente, perdónale. Y si peca contra ti siete veces al día, y siete
veces se vuelve a ti, diciendo: Me
arrepiento, le perdonarás.” (Lc 17, 3-4).
El pecado necesita reprensión, porque la misericordia urge a suscitar el
arrepentimiento que implica perdón. La misericordia divina, mantiene en
suspenso la justicia, mientras actúa la gracia que busca el perdón, porque
misericordia, justicia y perdón, son sólo, amor; el Amor se hace paciencia, es
paciente, como dice san Pablo (1Co 13, 4) porque ansía el bien, incluso cuando
recurre al castigo como corrección y en definitiva salvación del pecador, que
ha sido solicitado, seducido y derribado por el mal.
Como sucede también con los demás dones de la bondad y la gratuidad de
la liberalidad divina, el hombre, con la gracia, debe responder acogiendo o
rechazando la iniciativa misericordiosa de Dios, y como dice la Escritura,
elegir entre los “dos caminos:” “Mira, yo
pongo hoy delante de ti la vida y el bien, la muerte y el mal (Dt 30, 15).
La primera característica del perdón entre discípulos es que implica el
arrepentimiento, porque a la ofensa, ya ha precedido en ambos la misericordia y
el perdón de Dios. La misericordia recibida obliga en justicia, sea al
arrepentimiento, que a responder con misericordia. Mateo lo resalta
fuertemente: “Si tu hermano llega a pecar,
vete y repréndele, a solas tú con él. Si
te escucha, habrás ganado a tu hermano. Si no te escucha, toma todavía contigo uno o dos, para que todo
asunto quede zanjado por la palabra de dos o tres testigos. Si les desoye a ellos, díselo a la
comunidad. Y si hasta a la comunidad
desoye, sea para ti como el gentil y el publicano.” (Mt 18, 15-17).
Él mismo se ha separado del seno de la misericordia que es la comunión de los
fieles.
No se trata solamente de la reconciliación personal ante la ofensa, sino
de la restauración de la “misión sacramental de salvación” de la comunidad ante
el mundo: “Yo, el Señor, te he llamado en
justicia, te así de la mano, te formé, y te he destinado a ser alianza del
pueblo y luz de las gentes; para que mi salvación alcance hasta los confines de
la tierra.” (cf. Is 42, 6 y 49, 6).
La segunda característica del perdón es la de ser ilimitado. Cuando
Pedro escucha al Señor aquello de perdonar siete veces al día, con la
inmediatez que lo caracteriza, considera la afirmación de Jesús como un límite,
y un límite ciertamente muy alto, por lo que se apresura a puntualizar el
asunto con el Maestro: “Señor, ¿cuantas
veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete
veces? Dícele Jesús: No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces
siete.” (Mt 18, 21-22). Ilimitadamente, como Dios hace contigo siempre que
se lo pides, y que san Pablo nos recuerda en la carta a los Romanos (5, 1-11).
Que así sea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario