Viernes 21º del TO
Mt 25, 1-13
Como vemos en la parábola de las
vírgenes, no se trata tanto de una vigilia física, por cuanto todas las
vírgenes se durmieron, sino de la espera previsora de un corazón que ama, como
el de la esposa del Cantar de los Cantares: “dormía pero mi corazón velaba, (y entonces pude escuchar) la voz de mi
amado que llama.” Efectivamente, es el amor el que hace posible la
espera contra toda desesperanza, y la esperanza se hace vigilancia. Es el amor,
el que en la demora del bien que se ama, sostiene la fe en la Promesa.
Dichosos los que esperan con amor,
porque se acerca la unión definitiva con el Señor. Él transfigurará nuestros
pobres cuerpos, nos glorificará, y estaremos siempre con Él.
El
objeto de nuestra vigilancia, está personalizado en la Sabiduría, que san Pablo
aplica a Cristo, constituido “sabiduría
de Dios” para nosotros. Pero, aunque el corazón esté pronto, la carne es
débil y es atraída por todo bien inmediato, rechazando todo sufrimiento, y así,
se requiere del discernimiento del corazón que da la Sabiduría al que ama.
La vigilancia implica por tanto una tensión
entre la carne y el espíritu, entre lo inmediato y lo definitivo, entre el amor
y el olvido, que debe ser regida por el amor previsor, que ilumina el corazón,
aviva la esperanza y se sostiene en la sobriedad.
Como decimos en el Adviento: Vigila el
que espera, y espera el que ama. El amor es la carta de ciudadanía que abre las
puertas del Reino; el único conocimiento del Señor que hace posible el ser
reconocidos por Él. En nuestra vida hemos recibido una invitación a bodas, y
dependerá de lo que la apreciemos, la forma en que nos dispongamos a acogerla,
la deseemos, y la defendamos con nuestra vida.
Presentando la alianza de amor que
significan las bodas, la palabra de hoy está en gran sintonía con la
Eucaristía, en la que nuestra relación con el Esposo, la Esposa, y los
invitados, nos introduce en la expectativa del banquete, en medio de un clima
de alegría, amistad y amor, del que surge espontáneamente la tensión gozosa de
la vigilancia.
¡Ven Señor, que pase este mundo y que
venga tu gloria! ¡Anatema quien no ame a Cristo!
Que así sea.
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