San Bartolomé, apóstol
Ap 21, 9b-14; Jn
1, 45-51
Queridos hermanos:
La liturgia sigue presentándonos a los apóstoles y recordándonos que la condición del discípulo es el amor. Habiendo sido alcanzados por el amor gratuito de Dios, somos apremiados al amor a los hermanos, y al amor a los enemigos, en virtud de nuestra filiación adoptiva que nos ha alcanzado el Espíritu Santo, por la fe en Jesucristo. Por él hemos conocido el amor que Dios nos tiene, mediante el testimonio que da a nuestro espíritu y que nos hace exclamar: ¡Abbá, padre!
Como Natanael hemos sido conocidos por Cristo y amados en
nuestra realidad y en nuestros pecados. Este amor nos llama a su seguimiento en
espera de la promesa de la gloria que debe manifestarse en nosotros. Cada uno
tenemos nuestro propio “Felipe” y nuestra propia “higuera” en la que hemos sido
vistos, conocidos y amados por Cristo, antes de habernos encontrado con él y
haber profesado: “Tú eres el Hijo de
Dios, tú eres el rey de Israel.”
Juan anuncia a Andrés, Andrés a Pedro, y Felipe a Natanael,
y se va repitiendo como un estribillo: Venid y lo veréis, ven y lo verás, tal
como canta el salmo: “Gustad y ved que
bueno es el Señor.” El Padre y el Espíritu dan testimonio de Cristo como lo
hace Juan el Bautista, y después los apóstoles, los evangelistas y los demás
discípulos, generación tras generación hasta el final de los tiempos. Por el
testimonio es regenerada la humanidad, y la creación entera que aguarda la
manifestación gloriosa de los hijos de Dios.
Que así sea.
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