Bienaventurada Virgen María Reina
Is 9, 1-6; Lc 1, 26-38
Pío XII en 1955 instituyó la fiesta de María Reina que, según la última reforma litúrgica, celebramos el 22 de agosto como complemento de la solemnidad de la Asunción con la que está unida, como sugiere la Lumen Gentium: "Finalmente, la Virgen Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de culpa original, terminado el curso de la vida terrena, en alma y cuerpo fue asunta a la gloria celestial y enaltecida por el Señor como Reina del Universo, para que se asemejara más plenamente a su Hijo, Señor de los que dominan (Ap 19,16) y vencedor del pecado y de la muerte" (LG 59).
La
mujer vestida del sol es el símbolo arquetípico de la Iglesia indestructible,
de la Iglesia eterna. Ella soporta siempre sufrimientos y persecuciones; pero
no es nunca abatida. Y al final alcanza la victoria como Esposa del Cordero. Es
una figura celeste, "vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y
sobre la cabeza una corona de doce estrellas" (Ap 12,1). El adorno de
esta Mujer del Apocalipsis es el que ya describiera Isaías: "Levántate y
resplandece, pues ha llegado tu luz, y la gloria del Señor alborea sobre ti...
Ya no será el sol tu lumbrera de día, ni te alumbrará el resplandor de la luna,
sino que el Señor será tu eterna lumbrera y tu Dios será tu esplendor. Tu sol
no se pondrá jamás ni menguará tu luna, porque el Señor será tu eterna
luz" (Is 60,1.19-21). Por eso, al final, como Jerusalén celestial, "desciende
del cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia ataviada para su
Esposo... La Ciudad santa de Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios,
tenía la gloria de Dios" (Ap 21,2.10-11). "El trono de Dios y
del Cordero estará en la Ciudad y los siervos de Dios le darán culto. Verán su
rostro y llevarán su nombre en la frente. Ya no habrá noche ni tendrán
necesidad de luz de lámpara ni de luz del sol, porque el Señor Dios los
alumbrará y reinarán por los siglos de los siglos" (Ap 22,3-5).
Por
ello en este tiempo de combate, la Mujer esplendente, "hermosa como la
luna, resplandeciente como el sol", es también "terrible como
escuadrones en orden de combate" (Ct 6,10). Este sorprendente juego de
imágenes, que expresa tanto el esplendor de la Mujer como su victorioso poder,
muestra a la Mujer Sión y también a María. En María alcanzan su cumplimiento
todas las promesas hechas a la Hija de Sión, que anticipa en su persona lo que
será realidad para el nuevo pueblo de Dios, la Iglesia. En la liturgia se ha
cantado a María con esta antífona: "Alégrate, Virgen María, porque tú sola
venciste a todas las herejías en el mundo entero". La resonancia de los
dogmas sobre la Virgen, vistos e integrados en el misterio de Cristo y de la
Iglesia, asegura la solidez de la fe y fortalece en la lucha contra todas las
herejías. En este sentido, María es "terrible, como escuadrones en
orden de combate." Con la fe en todo lo que en María se nos ha
revelado, la Iglesia está segura de la victoria final sobre las fuerzas del
mal.
María es el icono
escatológico de la Iglesia, el signo de lo que toda la Iglesia llegará a ser.
En la Lumen Gentium leemos: "La Madre de Jesús, de la misma manera que ya
glorificada en los cielos en cuerpo y alma es la imagen y principio de la
Iglesia que ha de ser consumada en el siglo futuro, así en esta tierra, hasta
que llegue el día del Señor (2Pe 3,10), antecede con su luz al pueblo de Dios
peregrinante, como signo de esperanza segura y de consuelo" (LG 68).
Contemplando a María asunta al cielo, la Iglesia marcha hacia la Parusía, hacia
la gloria donde la ha precedido su primer miembro. La Iglesia sabe que, acogiendo
al Espíritu como María, se cumplirá en ella todo lo que se le ha prometido, y
que en ella no ha hecho más que iniciarse, y contempla ya realizado en María,
la Esposa de las bodas eternas. Y mientras peregrinamos por este mundo, María
nos acompaña en el camino de la fe con corazón materno. Como dice el III
prefacio del Misal: "desde su asunción a los cielos, María acompaña con
amor materno a la Iglesia peregrina y protege sus pasos hacia la patria
celeste, hasta la venida.”
En
la gloria, María cumple la misión para la que toda criatura ha sido creada.
María en el cielo es "alabanza de la gloria" de Cristo (Ef 1,14).
María alaba, glorifica a Dios, cumpliendo el salmo: "Alaba a tu Dios
Sión" (Sal 147,12). María es la hija de Sión, de la Sión que glorifica a
Dios. Alabando a Dios, se alegra, goza y exulta plenamente en el Señor.
Que así sea.
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