La Transfiguración del Señor

La Transfiguración del Señor

2P 1, 16-19; Mc 9, 2-10

Queridos hermanos:

          En espera del cumplimiento definitivo de la profecía de Daniel, que Cristo ha mostrado anticipadamente a sus discípulos en la montaña, como testifica Pedro en la segunda lectura, la Iglesia en esta celebración aviva su esperanza y fortalece su fe en Cristo, poniéndose a su escucha. Él es el Profeta anunciado a Moisés en otro monte y revelado ahora por el Padre como su “Hijo amado” al que debemos escuchar para tener vida.  

          Israel rescatado de Egipto y puesto en camino en obediencia a su palabra, es lanzado a la conquista de una tierra, presagio del cumplimiento de las ansias de trascendencia que anidan en el corazón humano. Es por eso, que el caminar por el desierto a la escucha del Señor, habitando en tiendas y dependiendo de su providencia, mientras sus caminos coinciden con los de Dios, será siempre para Israel un tiempo idílico, añorado, entrañable e idealizado, que cristalizará en la Fiesta de las Tiendas: “Sucot.” En esos días, todo judío piadoso debe pernoctar en una cabaña, haciendo presente así, su caminar por el desierto a su salida de Egipto, cuando recibió la Alianza y prometió escuchar la palabra del Señor. Así podemos comprender la exclamación de Pedro: “Hagamos tres tiendas”, para así poder permanecer en la montaña sin quebrantar la tradición de la fiesta.

Tanto Abrahán como Israel, han experimentado que, aun en el cumplimiento inmediato de todas las promesas de Dios, éstas quedan abiertas a una plenitud mayor, trascendente, universal y definitiva, que sólo se alcanzará con la llegada del Mesías, el “profeta” revelado a Moisés, a quien hay que escuchar, el Elegido, el Predilecto, el Siervo, el Hijo amado de Dios, en quien su alma se complace.

En pos del cumplimiento definitivo de las promesas, Cristo se encamina a Jerusalén a consumar su misión como especifica Lucas. Dios va a manifestar a su Hijo como Palabra que debe ser “escuchada” para tener vida. Así llevó también Moisés al pueblo a través del desierto al monte Sinaí, al encuentro con Dios para recibir su Palabra. Por eso todas las figuras de este pasaje del Evangelio, hacen presente el desierto y la Alianza: El monte, desde el que Dios ha manifestado su palabra a Moisés; Elías, que a través del desierto es llamado como Moisés al encuentro con Dios en el monte; la nube, que era luminosa de noche y sombra protectora de día; el rostro luminoso de Cristo como el de Moisés; y la voz de Dios. Todo evoca también al Mesías: al nuevo Moisés, el Profeta que todos deberán escuchar para mantener su pertenencia al Pueblo de Dios.  

El camino de acercamiento progresivo al hombre, iniciado con Abrahán, atrayéndole con la promesa de su bendición universal, llegará a su pleno cumplimiento en Cristo, en quien Dios se deja conocer plenamente; en quien ha puesto su tienda en medio de nosotros y para siempre, y en quien ha bendecido a “todos los linajes de la tierra”, destruyendo la muerte para siempre y para todos.

En Cristo, la bendición y la promesa hechas a Abrahán alcanzan su plenitud. Éste es “mi Hijo amado, en quien me complazco; mi Elegido; mi Siervo a quien yo sostengo: escuchadle.” Dios había inspirado a Isaías, que el Siervo era el Elegido; ahora el Padre revela que su Siervo, el Elegido, es su Hijo amado.

El camino del pueblo por el desierto, y el de Cristo, nos guían ahora en el camino de nuestra vida, en el cual, a través de la consolación de las Escrituras (Moisés y Elías), escuchamos la voz del Padre, acogemos su Palabra escuchando a Cristo, y nos unimos a él en la Eucaristía.   

 Que así sea.

                                       www.jesusbayarri.com

 

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