Domingo 21º del TO B
(Js 24, 1-2.15-18; Ef 5, 21-32; Jn 6, 61-70)
Queridos hermanos:
Durante algunas semanas hemos escuchado
el discurso del “Pan de Vida,” y hoy el Evangelio, antes de darnos la respuesta
de la fe a esta palabra por boca de los apóstoles, nos pone delante las
respuestas a este discurso por parte de sus oyentes, entre los que ahora
estamos también nosotros: “Los judíos murmuraban de él.” «Muchos de sus
discípulos decían: Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo?» No parece que
haya sido un discurso muy convincente.
Para entender bien esta palabra debemos
recordar lo que Jesús dirá después a sus apóstoles: “Vosotros sois los que
habéis perseverado conmigo en mis pruebas. Las palabras que os he dicho son
espíritu y son vida.” La fe de los discípulos debe ser probada como fue
probada la de Abrahán, y como fue probada la de Israel en el desierto. Lo hemos
escuchado de la boca de Jesús en el Evangelio: «hay entre vosotros algunos que no
creen.»
La fe debe ser capaz de superar las
pruebas de Cristo y las que nos propone cada día la vida, para no sucumbir en
el momento de la tentación, y que no se desvirtúe el testimonio a que estamos
llamados. Sólo la fe es capaz de trascender la carne, los límites de la razón,
y pasar al espíritu que da vida: ¿Qué pasará si no, cuando aparezca la cruz? ¿En
que será capaz de apoyarse la razón? Dice Jesús: “¿Esto os escandaliza? ¿Y cuándo veáis al Hijo del hombre subir
adonde estaba antes?”
Por
la fe, la razón se apoya en la palabra de Cristo: «Señor, ¿a
quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna,» hasta que
alcancemos la respuesta final; la confesión de la fe que dan los apóstoles en
el Evangelio: “nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios.”
Dice San Agustín comentando esta palabra, que efectivamente, primero se
cree y después se conoce. La fe da una certeza de conocimiento, que la razón,
limitada como es, no puede alcanzar por sí sola, aunque la fe no medra en las
cenizas de la razón.
También
hoy la Eucaristía nos invita a decir ¡amén! A confesar a Cristo superando la
duda a que esté sometida hoy nuestra razón y a comulgar con este “sacramento de
nuestra fe,” que nos sitúa ante el “Gran misterio” respecto a Cristo y la
Iglesia. Pan que es cuerpo de Cristo;
vino que es su sangre. Alimento de vida eterna.
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