Miércoles 18º del TO
Mt 15, 21-28
Queridos hermanos:
Aparece la fe como protagonista de esta palabra, pero la fe
de los gentiles, que contrasta con la incredulidad de los “hijos,” que rechazan
el “pan” tirándolo al suelo, donde lo comen los “perritos.” Las profecías de la
llamada universal a todos los hombres al conocimiento de Dios, se cumplen con
la llegada de Cristo. Él, es la casa que Dios se ha construido en el corazón
del hombre “para todos los pueblos.”
Para san Pablo, el endurecimiento de Israel no es sino un
paso intermedio por el cual los gentiles tendrán acceso al Santuario de Dios,
por la fe en Cristo. Es la fe lo que les sienta a la mesa y les hace partícipes
del “pan de los hijos:” “Os digo que los sentaré a mi mesa y yendo del uno
al otro les serviré.” “Por eso os digo que vendrán de oriente y occidente y se
sentarán a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob, mientras vosotros os quedaréis
fuera.” En el camino de búsqueda de las ovejas perdidas, Cristo se
apiada de los “perritos.”
La fe no hace acepción de personas,
naciones, ni lenguas, y aunque ha sido enviado “a las ovejas perdidas de la casa de Israel,” hoy, Cristo va a la
región de Tiro y Sidón, para encontrar la fe de una mujer, como lo hace también
en Sicar, para encontrarnos en la samaritana y plantar la semilla del Reino,
allende las fronteras de Israel. En efecto, san Agustín ve en la samaritana, a
la gentilidad llamada a ser la Iglesia, esposa de Cristo.
Las sobras de los niños, sacian a los
que las saben apreciar, hasta hacer de ellos “hijos.” La fe de la madre obtiene
para la hija que ni siquiera conoce a Cristo, la garantía de la curación, como
testimonio de la salvación en Cristo, que conduce al conocimiento de Dios.
Nos es desconocida la llamada con la
que Dios ha motivado a la mujer a la súplica y ha propiciado su encuentro con
Cristo y su consecuente profesión de fe, que expulsa al diablo. La iniciación
cristiana de la niña seguirá el proceso inverso al de la madre, como suele
suceder con los hijos de padres cristianos: De la curación gratuita, deberá
pasar a la acogida del testimonio de la madre. La gratuidad del amor de Dios,
tiene sus propios caminos, pero todos concurren en la salvación de quien los
acoge.
Si hoy estamos sentados a la
mesa del Reino y comemos del Pan que nos sacia y da la Vida Eterna, es porque hemos
acogido el don gratuito de la fe, de nuestra madre la Iglesia, que nos hace
hijos, y como en el caso de la samaritana y de la sirofenicia, somos invitados a proclamar nuestra fe en Cristo a quienes el Señor ponga junto
a nosotros.
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