Martes 19º del TO
Mt 18,
1-5.10.12-14
Queridos hermanos:
Frente a la soberbia diabólica, Cristo ha querido ser manifestado en los pequeños, y se ha hecho el último y el servidor de todos, de manera que un discípulo que se hace pequeño por el Reino, hace posible a quien le acoge en nombre de Cristo, acoger a Dios mismo que lo ha enviado. Cuando alguien se presenta con poder y prepotencia no hace presente a Cristo, sino al diablo. Por eso, los discípulos de Cristo llamados a ser enviados, deben hacerse pequeños, como niños, en bien de quienes los acojan en su nombre.
«Y
todo aquel que dé de beber tan sólo un vaso de agua fresca a uno de estos
pequeños, por ser discípulo, os aseguro que no perderá su recompensa.»
Atribuimos muchas insidias a los
demonios y somos relativamente conscientes de la acción de la concupiscencia,
pero descuidamos el invocar la ayuda celeste, creyéndonos auto suficientes, con
lo que olvidamos la solicitud infinita del amor divino que es nuestra verdadera
fuerza. Como dirá el Señor. “Sin mí no
podéis hacer nada”
Cristo mismo nos habla de que los
ángeles custodios de los que creen, ven constantemente el rostro del Padre, lo
que supone una ayuda y protección singular: «Guardaos de menospreciar a uno
de estos pequeños (que creen en mí); porque yo os digo que sus ángeles, en los
cielos, ven continuamente el rostro de mi Padre que está en los cielos.» (Mt 18,10).
Al Mesías mismo, son asignados los
auxilios de los ángeles (Sal 91, 11-12): «A sus ángeles te encomendará, y en sus manos te
llevarán, para que no tropiece tu pie en piedra alguna.»
En la iniciación cristiana, la
Iglesia, parte del anuncio del Kerigma, de la centralidad de Cristo, y del amor
de Dios, pero paralelamente al conocimiento de nuestra precariedad se van
descubriendo los auxilios de la gracia: la Virgen María, los santos, y tomamos
conciencia del auxilio de los ángeles en su función de ayudadores, frente a la
existencia y la actividad del Enemigo y sus demonios.
El Evangelio nos habla de los ángeles, en el contexto de
los pequeños identificados con los discípulos. El pequeño es opuesto al
soberbio, y el discípulo, al demonio; en efecto, al discípulo le acompaña un
ángel, servidor de Dios. La humildad del “pequeño” le acerca a la obediencia,
al servicio y al amor. Despreciar a un pequeño en Cristo, es pues situarse del
lado de los soberbios, y de los demonios, contrarios a Dios. De ahí la
necesidad de hacerse pequeño, como un niño en la fe, para ser introducido en el
Reino. Para eso vienen en nuestra ayuda los ángeles del Señor, custodios
nuestros por la divina piedad.
Que así sea.
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