Martes santo
Is 49, 1-6; Jn 13, 21-33.36-38
Queridos hermanos:
Seguimos en el ámbito de la glorificación del Señor. Cristo es glorificado juntamente con el Padre en el mismo momento en el que el Señor consiente el ser entregado por Judas, comenzando con ello la salvación humana, en la más grande de las manifestaciones de su amor: El Padre que nos entrega a su Hijo, y el Hijo que se ofrece por nosotros. Dios se ha cubierto de gloria en todas sus obras, pero ninguna es comparable a la Redención, destruyendo el pecado y la muerte en el sacrificio de su propio Hijo, en el que su justicia se ha identificado con su misericordia en favor nuestro.
Dios,
impasible, se involucra en Cristo con nuestra carne que le permite sufrir y
morir por nosotros. En Cristo, no sólo un hombre justo se ofrece, sino que Dios
mismo queda unido al sufrimiento y la muerte que merecemos por el pecado,
mereciendo infinitamente nuestra redención
“Padre, glorifica tu Nombre. Lo he
glorificado y de nuevo lo glorificaré”. Es el tiempo esplendoroso del amor:
El Padre entrega a Cristo por amor, mientras los judíos por envidia, Judas por
avaricia, y el diablo por miedo, sin discernir que con su muerte, Cristo
destruiría definitivamente su imperio de muerte.
Como
Pedro, también nosotros estamos incapacitados para dar nuestra vida por el
Señor, hasta que seamos revestidos de su victoria sobre la muerte y quede
destruido nuestro temor, por el don de la fortaleza del Espíritu.
Que así sea.
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