Miércoles santo
Is 50, 4-9; Mt 26, 14-25
Queridos hermanos:
El Señor fue entregado para perdón de los pecados, que en realidad consisten en entregar al Señor, como se nos muestra en este Evangelio. El motivo de la Pascua es precisamente el amor de Dios y la causa, el pecado y la esclavitud del hombre, o al contrario, aunque el amor de Dios precede siempre. Lo uno lleva a lo otro y revela la gloria de Dios, que de tal manera ama a los hombres que se hace siervo.
¿Quién
ante esta palabra puede sentirse seguro y firme en su justicia y en su
fidelidad? Como decía el Papa: llevamos en nuestro interior, nuestro “pequeño”
Judas: traidor y amante del dinero. “¿Seré yo, maestro?” ¿Seguiré siendo yo,
que tantas veces te he traicionado? Tú sabes que te amo, pero sabes también la
fragilidad y la imperfección de mi amor.
Abrázame
fuerte, oh Señor, para que no dude, y no titubee ante la seducción del mal que
me circunda y que quizá persiste en mí como raíz escondida de corrupción en
letargo. Limpia mi corazón de la avaricia para que no endurezca y vacíe mi
corazón de amor, y ciegue mis ojos a tu misericordia y tu piedad. Concédeme
permanecer junto a tus fieles y celebrar Pascua contigo en este “cenáculo”
íntimo de comunión fraterna.
Que así sea.
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