Domingo 4º de Cuaresma B “Laetare”
(2Cro 36, 14-16.19-23; Ef 2, 4-10; Jn 3, 14-21)
(Pueden tomarse las lecturas del
ciclo A)
Queridos hermanos:
La palabra de hoy nos habla de la
historia de pecado del hombre cuya consecuencia es la muerte, y de la
misericordia de Dios, que es eterna, y responde siempre con su salvación
gratuita.
Cuando Dios hizo salir a Israel de
Egipto, lugar, de la esclavitud y de la dominación del Faraón, señor de muerte,
Dios, que es la Vida, caminaba con ellos por el desierto, y el pueblo iniciaba
así una relación vital con Dios y se nutría de su presencia bajo la Nube, junto
a la Tienda del Encuentro y sobre todo a través del culto.
Cuando el pueblo pecó, la muerte le
salió al encuentro por medio de las serpientes. Pero Dios a través de “la
serpiente de bronce” les dio la oportunidad de salvarse por la fe en su
palabra. Una vez alcanzada la Tierra Prometida, el culto se hizo el centro de
su existencia a través del Templo, “luz de sus ojos”. Pero de nuevo sus pecados
pervirtieron su relación con Dios y el culto se hizo vano. Entonces Dios
permitió que el Templo fuera profanado y destruido, y que el pueblo, quedase
alejado de su presencia, perdiendo su relación vital con él, y fuera conducido
al destierro. Pero como la ira de Dios dura un instante, mientras su amor
por toda la vida, después de setenta años de purificación, Dios volvió a
llamar a su pueblo a su presencia suscitando a Ciro y permitiéndoles reedificar
de nuevo un templo. El pueblo deberá comprender que el templo material sólo
tiene sentido, si está en sintonía con el amor de su corazón, y su permanencia
responderá a su fidelidad a la Alianza con el Señor.
La misma misericordia que Dios tuvo con
su pueblo, la ha mostrado ahora para toda la humanidad, por la gracia, en su
Hijo, suscitando a Cristo, verdadero Ciro y como “nuevo templo” en el que “habita
toda la plenitud de la divinidad”, y a quien entregó, “para que todo el que crea en él tenga vida eterna”. También este
nuevo templo será profanado y destruido para el perdón de los pecados, y
reconstruido para siempre, al tercer día, para nuestra justificación.
Ahora, por la fe en Cristo, levantado
como la serpiente de bronce en el desierto, el hombre es devuelto al Paraíso,
del que fue desterrado por envidia del diablo, al pecar. Dios establece con él
una alianza nueva y eterna en la sangre de su Hijo, a quien entregó por todos
nosotros, y nos introduce en la vida eterna, en orden a las buenas obras del
amor y de la fe, que mediante un nuevo culto en “espíritu y verdad”, le
glorifican proclamando su misericordia.
Mientras el Padre entregaba a su Hijo
por amor a los pecadores, nosotros por mano de los judíos y los paganos lo
condenábamos a muerte. Él quiso pagar con su perdón el pecado de sus asesinos y
todos los demás pecados desde Adán, aplicando su justicia a los injustos y
dándoles su Espíritu victorioso del pecado, para introducirlos en la vida de la
Nueva Creación, libre del pecado y de la muerte.
También en este tiempo cuaresmal, el
Señor nos quiere purificar llevándonos al desierto de la penitencia, para
hablar a nuestro corazón, e introducirnos por su Pascua en la Tierra Prometida.
Sigue levantada hoy para nosotros la
cruz gloriosa de su Hijo, suscitando nuestra fe y nuestra salvación, por medio
de la Eucaristía.
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