Domingo de Ramos en la Pasión del Señor B
(Is
50,4-7; Flp 2,6-11; Mc 14,1-15,47).
Queridos hermanos:
Con este domingo de Pasión o de Ramos,
comenzamos la Semana Santa que la Iglesia de Oriente llama Grande. La procesión
de las palmas, única en la liturgia de la Iglesia, tiene su origen en
Jerusalén, donde los fieles se reunían el domingo por la tarde en el Monte de
los Olivos y después de escuchar la proclamación del Evangelio, caminaban hasta
la ciudad. Los niños participaban llevando en las manos ramas de olivo y
palmas. La descripción más antigua de la fiesta en la Iglesia de Roma, data del
siglo X.
En este día hacemos presente la pasión
del Señor, porque Cristo, subiendo a Jerusalén, sabe que el tiempo de la
predicación ha llegado a su fin y comienza el tiempo del sacrificio: Había
llegado su “hora”, la hora de pasar de este mundo al Padre y abrir las puertas
del Paraíso a la humanidad; la hora de humillarse hasta la muerte de cruz
asumiendo la condición de siervo, lleno de confianza en su Padre y de amor por
nosotros; la hora de amarnos hasta el extremo.
Cristo es entregado: Dios Padre lo
entregó por compasión al linaje humano; Judas por avaricia; los judíos por
envidia; y el diablo por temor a que con su palabra arrancase de su poder al
género humano, no advirtiendo que por su muerte se lo arrancaría mejor de lo
que se lo había arrancado ya por su doctrina y sus milagros (Orígenes, en Mateo
35). Cristo mismo, se entrega libremente, por amor a nosotros y por obediencia
y sintonía total con la voluntad del Padre
La gente que lo acompaña en su entrada
gloriosa, lo abandona cuando aparece la cruz, a excepción del discípulo y la
madre, a quienes el amor les hace permanecer unidos a Cristo llevando su
oprobio.
Toda alma santa en este día es como el
asno sobre el que el Señor entró en Jerusalén, como dice un escritor anónimo
del siglo IX.
Acoger
a Cristo con palmas y ramos, debe responder a la adhesión a sus preceptos, a su
voluntad, y a su palabra, que se muestra en las obras de misericordia. Aquel
que guarda odio o cólera en el corazón, aunque sea contra un solo hombre,
comienza las celebraciones de la Pascua para su desventura, y por eso los
judíos buscan y eliminan toda levadura, toda corrupción, antes de celebrar la
Pascua, como un signo de purificación.
En este domingo proclamamos los
misterios de nuestra salvación. Para la Iglesia sería pecado de ingratitud no
hacerlo, pero también lo sería para nosotros, el no prestarles la debida
atención. Purifiquémonos, pues, y perdonémonos unos a otros en el amor del
Señor.
La palma que significa la victoria,
llevémosla gozosos con toda verdad.
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