Sábado 3º de Cuaresma

Sábado 3º de Cuaresma

(Os 6, 1-6; Lc 18, 9-14)

Queridos hermanos:

          Acudir a la misericordia de Dios con nuestra misericordia y con nuestra humildad, son las condiciones necesarias para ser escuchados, habiendo sido nosotros alcanzados por la gratuidad de su amor. “Misericordia quiero y no sacrificios; conocimiento de Dios más que holocaustos.”

          Al publicano y a cualquier pecador les basta la humildad de reconocerse pecadores y pedir misericordia, para ser justificados por el Señor. “El que se ensalce será humillado y el que se humille será ensalzado”.

          El que un publicano vaya al templo y rece a Dios, es consecuencia de una gracia; no solo de su humildad, o de su fe en la misericordia divina que justifica al malvado: “creyó Abrahán en Dios y le fue reputado como justicia”, al acoger la gracia de su llamada.

          La sede de la justicia verdadera está en “un corazón contrito y humillado” y Dios la conoce porque el Señor escruta los corazones. Es él quien justifica al hombre concebido en la culpa; al pecador que lo invoca con el corazón abatido.

          El fariseo se cree justo, pero el justo no desprecia a nadie, porque sabe que su justificación le viene de Dios y la humildad la acompaña. La justificación, siendo un don gratuito del amor de Dios al que cree, produce en el justificado amor a Dios y esperanza en el cumplimiento de su promesa. Siente la necesidad de la unión con Dios y lo busca a través de la oración.

          El fariseo de la parábola da gracias a Dios, pero olvidando su condición pecadora y el origen gratuito de sus obras, se glorifica a sí mismo robando su gloria a Dios, despreciando además al pecador. “Será humillado”

          Dejar de reconocer los propios pecados, lleva consigo el alejamiento del amor y de la gratitud, y el precipitarse en la ciénaga del juicio, que se vuelve contra sí mismo.

          Para san Pablo, la justificación es fruto de la fe que procede de Dios y no de los propios méritos. Ser justo consiste en mantenerse en el don recibido por la fe hasta alcanzar la fidelidad que obra por la caridad. Hay que permanecer en el don y perseverar en la gracia, hasta alcanzar la fecundidad de la caridad “Permaneced en mi amor”; y “el que persevere hasta el fin se salvará”.

          Unámonos a Cristo en la Eucaristía y compartamos con los hermanos lo que recibimos en ella.

          Que así sea.

                                                           www.jesusbayarri.com

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