Martes 3º de Cuaresma
(Dn 3, 25.34-43; Mt 18, 21-35)
Basta una mirada rápida al Antiguo
Testamento, para contemplar la obra de Dios, cuando se acerca al corazón del
hombre y usa con él de misericordia. Leemos en efecto en el Génesis: “Caín
será vengado siete veces, mas Lamek lo será setenta y siete” (Ge 4, 23-24).
La misericordia de Dios con el pecador, crece en una progresión de plenitud,
que supera siempre la de su maldad, pero sólo con la irrupción del Reino de
Dios en Cristo, el corazón del hombre será inundado por el torrente de la
misericordia divina que se muestra infinita, mediante la efusión del Espíritu
Santo: “No te digo hasta siete veces,
sino hasta setenta veces siete” (Mt 18, 21-22).
Dice Jesús en el Evangelio: “Si tu hermano peca, repréndele; y si se arrepiente, perdónale. Y
si peca contra ti siete veces al día, y siete veces se vuelve a ti, diciendo: Me arrepiento, le perdonarás” (Lc
17, 3-4). La primera característica del perdón entre hermanos implica el
arrepentimiento, porque a la ofensa, ya ha precedido en ambos la misericordia y
el perdón de Dios. La misericordia recibida obliga en justicia sea al
arrepentimiento que a responder misericordiosamente. Mateo lo resalta
fuertemente: “Si tu hermano llega a
pecar, vete y repréndele, a solas tú con él. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. Si no te escucha, toma todavía contigo uno o dos, para que todo
asunto quede zanjado por la palabra de dos o tres testigos. Si les desoye a ellos, díselo a la
comunidad. Y si hasta a la comunidad
desoye, sea para ti como el gentil y el publicano” (Mt 18, 15-17).
El mismo se ha separado del seno de la misericordia que es la comunión de los
fieles.
La segunda característica del perdón
es la de ser ilimitado. Cuando Pedro escucha al Señor aquello de perdonar siete
veces al día, con la inmediatez que lo caracteriza, considera la afirmación de
Jesús como un límite, y un límite ciertamente muy alto, por lo que se apresura
a puntualizar el asunto con el Maestro: “Señor,
¿cuantas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta
siete veces? Dícele Jesús: No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta
veces siete” (Mt 18, 21-22). Ilimitadamente, como Dios hace contigo siempre
que se lo pides.
Cuando alguien se presenta diciendo:
perdón, es Dios mismo a través de su gracia quien se presenta en quien se
humilla, porque ha sido él quien le ha concedido la gracia de arrepentirse.
Cómo rechazar la gracia de conversión que Dios mismo concedió a tu hermano, sin
rechazar tanto en ti como en el otro a quien se la concedió. Cómo negar el
perdón “siete” veces al día, si otras tantas peca el justo, y necesita él
mismo, la misericordia cotidiana de Dios. Hemos escuchado lo que dice el
Evangelio al siervo sin entrañas. Pues: “Esto
mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si no perdonáis de corazón cada uno
a vuestro hermano” (Mt 18, 35), pues Dios a ti te ha perdonado mucho más.
Si perdonas las ofensas, no sólo acoges a Dios en tu misericordia, sino que
actúas como Dios; realizas las obras de Dios; Dios mismo actúa en ti; das
testimonio de su presencia en ti, porque la misericordia es de Dios, y el que
es perdonado, recibe el amor de Dios y es evangelizado. Esa es además la
voluntad expresa de Dios: “Misericordia quiero” (Mt 9, 13; 12, 7; Os 6,6).
El perdón gratuito de Dios es amor y engendra amor. Perdonando, se justifica al
otro, se le regenera y salva destruyendo la muerte y el mal en él.
Además el perdón de las ofensas es
también universal, y no se limita a los hermanos, sino que alcanza a todos,
incluso a los enemigos. El amor y el perdón a los enemigos, no requiere de su
arrepentimiento previo, pues su corazón no ha sido alcanzado aún por la gracia
de la misericordia. Hay que amarlos aun en su obstinación contra nosotros.
Negarles el perdón, es apartarse de la filiación divina, y de la misericordia
de Dios que nos la adquirió: “Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os
persigan, bendecid a los que os calumnian, para que seáis hijos de vuestro
Padre celestial”
(cf. Mt 5, 24-25)
“Que si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a
vosotros vuestro Padre celestial, pero si no perdonáis a los hombres, tampoco
vuestro Padre perdonará vuestras ofensas” (Mt
6, 14-15).
Así pues, Padre, tú “perdónanos nuestras ofensas, así como
nosotros hemos perdonado a los que nos han ofendido”.
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