Miércoles 3º de Cuaresma
(Dt 4, 1.5-9; Mt 5, 17-19)
Queridos hermanos:
Dios, que es amor, ha querido guiar a su pueblo por caminos de vida, le ha sacado de la esclavitud de Egipto y le ha entregado la ley: “Haz esto y vivirás”. Ante la imposibilidad de cumplirla, Dios, por medio de Jeremías, ha anunciado una nueva alianza, que escribirá la ley en el corazón de los fieles. Cristo ha venido a realizar esta Nueva Alianza y la ha sellado con su sangre. Ahora, por la fe en él, la ley ya no es algo externo, sino inscrito, por el Espíritu, en el corazón, por el amor.
La ley, por tanto, es santa, y se
resume en el amor: Amor a Dios y amor al prójimo. Cristo la ha cumplido, la ha
llevado a plenitud y nos ha entregado su Espíritu, para que también nosotros
podamos cumplirla en el amor, pues el que ama ha cumplido la ley entera.
“El que ama al prójimo, ha cumplido la ley. En efecto, lo de: No adulterarás, no matarás, no robarás, no
codiciarás y todos los demás preceptos, se resumen en esta fórmula: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.
La caridad no hace mal al prójimo. La caridad es, por tanto, la ley en su
plenitud (Rm 13, 8-10). Porque el fin de la ley es Cristo, para
justificación de todo creyente (Rm 10, 4). Cristo, unificará la ley y sus preceptos diciendo: “Este es mi mandamiento: Que os améis los
unos a los otros como yo os he amado.” Ama y haz lo que quieras había dicho
Tácito y dirá también san Agustín.
La perfección de la ley necesita de la
perfección del Espíritu para ser llevada a cumplimiento, porque la perfección
de la ley es el amor y el Amor, es el Espíritu, que es quien lo derrama en el
corazón del creyente. Cristo, encarnación de Dios, posee este Espíritu y puede
darlo a quienes por la fe se unen a él, ya que: “Quien se une a Cristo, se hace un solo espíritu con él”, como dice
san Pablo.
Cuando nuestra fe se reduce al
conocimiento de Dios recibido en la catequesis parroquial, y la acción del
Espíritu en nosotros es débil, lo es también nuestro amor, y fácilmente
sucumbimos ante la tentación, por la insolencia de la carne, la seducción del
mundo y la astucia del diablo. Solo cuando nuestra fe se va fortaleciendo,
crecen en nosotros la acción del Espíritu, el amor, y el conocimiento de Dios.
A
esto nos invita y nos ayuda la Eucaristía, sacramento de nuestra fe, uniéndonos
a Cristo, y fortaleciendo nuestra caridad.
Que así sea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario