Jueves 3ª Cuaresma
Jer 7, 23-28; Lc
11, 14-23
Queridos hermanos:
Ante Cristo, toda la realidad se divide en dos: O con Cristo o contra él. Frente a la realidad del mundo sometido a la muerte por el pecado, la vida de Dios se ofrece gratuitamente al hombre por medio de Cristo que nos rescata por su cruz. Quien se queja de la radicalidad del Evangelio es siempre el “tibio”, del que dice el Señor que será vomitado de su boca.
La palabra nos habla de la incredulidad de los judíos, y
del espíritu de Cristo, que no ha venido a juzgar sino a perdonar y salvar. En
este Evangelio los judíos acusan al Señor de estar endemoniado, por su
autoridad contra los demonios, haciendo estéril la gracia y la salvación de
Dios en ellos. Su ceguera les impide reconocer al Espíritu, a quien llamamos: “Dedo
de la diestra del Padre”, ya que por Él, Dios hace sus obras, de forma
semejante a como también el hombre se vale de sus manos para realizar las suyas;
así la dureza de su corazón les hace rechazar a Dios, atribuyendo sus obras al
diablo.
Si lo propio del demonio es
la maldad y no la curación, cómo va a dedicarse a hacer el bien y a curar,
librando a los hombres de su poder. ¿También el poder de curar de mis
discípulos y de vuestros hermanos e hijos es diabólico? Pues si no lo es, ellos
os juzgarán por vuestra incredulidad y falsedad.
Pidamos discernimiento, no
sea que nuestros juicios se vuelvan contra nosotros y nos condenemos por no
haber acogido la salvación gratuita que Dios nos ofrece.
Sólo quien es más fuerte
que el diablo puede expulsarlo y despojarlo de su botín. Su fuerza resalta
nuestra debilidad, pero es insignificante frente a la fuerza de Dios que actúa
en Cristo. Curando y expulsando demonios, Cristo, hace patente su poder de
vencer a Satanás.
Rechazar a Cristo es
unirse a Satanás y hacerse cómplice de su obra destructora. En relación a la fe,
no hay vía intermedia, los “no alineados” como se decía en tiempos de la guerra
fría, son también una falacia en la vida espiritual. La Escritura habla sólo de
dos caminos: la muerte y la vida; elige
la vida para que vivas.
Por eso respondemos Amén a
la entrega de Cristo cuando celebramos la Eucaristía, comiendo su carne para
tener vida eterna.
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