Lunes 4º del TO
Mc 5, 1-20
Queridos
hermanos:
Podemos sacar muchas enseñanzas de esta
palabra. La primera nos la sugiere la Escritura: ¿Qué es el corazón humano para
que puedan albergarse en él dos mil demonios?, habiendo sido creado por Dios
para habitar en él, de forma que nada ni nadie, sino Dios, lo pueda saciar.
Nuevamente nos enfrentamos al problema de la existencia del mal, al escándalo
del sufrimiento y de la libertad, que cuestionan el poder, la misericordia y la
bondad de Dios. ¿El Señor que ha sacado a un pobre hombre de la esclavitud del
diablo no podía haber evitado tanto sufrimiento?
Respetando la libertad del hombre, Dios
saca el bien del mal, y mucho fruto, aún del escandaloso sufrimiento de los
inocentes, como lo hizo con su propio Hijo para nuestra salvación. No hay
esclavitud ni depravación tan grande que pueda impedir la salvación de Dios,
que quiere regenerar a un hombre.
Jesús parece haber ido a aquel lugar
exclusivamente a curar a aquel pobre hombre, pero, sobre todo, ha ido a
concederle encontrarse con él; a suscitar su fe, la de aquella gente, y a
fortalecer la de sus discípulos. Desembarca, cura y regresa de nuevo al lago.
La palabra de hoy nos hace presente la
seriedad de la vida y lo triste que puede llegar a ser la situación de un
hombre en las manos del diablo. La misma grandeza del hombre le hace
susceptible de una gran ruina. Pensar que en el corazón del hombre, que sólo
Dios puede saciar, puede caber una legión de demonios es para meditarlo
seriamente. Con qué facilidad vivimos neciamente dejando al mal adueñarse de
nosotros. Para el Señor, un hombre, su corazón, vale el mundo entero; por
supuesto, más que muchos pajarillos y más que dos mil cerdos.
Vemos a Cristo compadecerse de las
gentes, pero es evidente que su misión no se reduce a aliviar el sufrimiento
temporal, sino a perdonar el pecado suscitando la fe. En sus milagros,
distingue entre curación y salvación. La curación es temporal, pero la salvación
es eterna. La verdadera misericordia de Dios no consiste en que el hombre deje
de sufrir, sino en que no se pierda eternamente.
Es maravilloso que un ciego vea, que un
paralítico camine o que un endemoniado se cure, pero es infinitamente superior
que un pecador se convierta.
Quien ha sido alcanzado por la
misericordia del Señor, como el endemoniado, es enviado a testificarla en el
mundo, proclamando su salvación. Es un deber de gratitud hacia el Señor que ha
usado de misericordia con él. “Es bien nacido quien es agradecido.”
La Eucaristía viene en nuestra ayuda y
nos sienta a la mesa con Cristo, que ha tomado sobre sí la muerte de nuestros
pecados para alcanzarnos la resurrección.
Que así sea.
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