Domingo 8° del TO C
(Eclo
27, 5-8; 1Co 15, 54-58; Lc 6, 39-45)
Queridos hermanos:
La mejor forma de hablar o de exhortar, ante este tema
sobre la prohibición de juzgar tan rotunda en el evangelio, es cambiarlo en
positivo hablando de la caridad, de la que afirma San Pablo: todo lo excusa y
no lleva cuenta del mal: “¡Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen!” Es
ella la que hace que nos acusemos a nosotros mismos y excusemos al prójimo; es
ella la que saca la viga de nuestro ojo y no ve la paja en el ojo del hermano;
es ella la que sufre por el desvarío del pecador y se alegra por su conversión,
rezando y ayunando por él en lugar de sermonearlo, criticarlo y rechazarlo,
considerándolo como miembro nuestro. Recordemos que la caridad que nos une a Dios
nos une también a los hermanos, y si somos hijos de Dios también nos une a los
enemigos. La caridad exalta las virtudes ajenas y minimiza sus defectos. La
caridad que nos une a Dios nos hace verdaderamente humanos.
Un pretendido celo frente a los defectos y las faltas
ajenas puede esconder un juicio condenatorio o manifestar la ausencia de una
caridad que busca su salvación. Sin esta caridad, nuestra visión es turbia y
distorsionada y llega incluso a la ceguera, de manera que, mientras agranda las
deficiencias ajenas, disimula las propias. La caridad, en cambio, encuentra
siempre razones para excusar al prójimo, y cuando no lo consigue intercede en
su favor invocando la misericordia divina.
Cristo es la luz por la que sus discípulos deben dejarse
conducir, no juzgando al pecador, sino entregándose por él. El acusador, en
cambio, es oscuridad y conduce a sus tinieblas a cuantos lo siguen, que, como
ciegos, van derechos al abismo, criticando, juzgando y hablando mal del
prójimo.
Criticar es decir de alguien que ha actuado mal, poniendo
de manifiesto su pecado. Siendo verdad, lo habremos difamado, pero siendo
mentira, lo habríamos calumniado, lo que es mucho más grave.
Juzgar es decir no solo lo que ha hecho alguien, sino que
esa es su condición. Proclamar, no un hecho, sino la disposición misma de su
alma, pronunciándonos sobre su vida entera al decir que es tal como lo
juzgamos, como observa San Doroteo de Gaza. Cristo mismo ha dicho: “Hipócrita,
quita primero la viga de tu ojo, y entonces podrás ver claro para sacar la paja
del ojo de tu hermano” (Lc 6, 42).
Todos somos pecadores y hemos alcanzado misericordia por
puro don gratuito de Dios. Lo que pretendemos corregir en los demás forma parte
de nuestros defectos. Si acercamos la paja del ojo del hermano a nuestro propio
ojo, se transformará en viga. El problema principal no son las “briznas” de las
imperfecciones propias y ajenas, sino las “vigas” de nuestra falta de caridad.
Proclamemos juntos nuestra
fe.
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