Conmemoración de todos los fieles difuntos
Sb 3, 1-9; 1Jn 3, 14-16; Mt 25, 31-46
Queridos hermanos:
Decía el Santo Padre en la fiesta de Todos los Santos: Con sabiduría la Iglesia ha puesto en estrecha sucesión la fiesta de Todos los Santos y la Conmemoración de todos los fieles difuntos.
A nuestra oración de alabanza a Dios y de veneración de los espíritus
beatos, que la Escritura nos presenta como “una inmensa multitud, que nadie
podía contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua”, se une nuestra
oración de sufragio por aquellos que nos han precedido en el tránsito de este
mundo a la vida eterna y esperan su completa purificación.
A estos dedicamos de manera especial nuestra oración y por ellos
celebraremos el sacrificio eucarístico. Verdaderamente, cada día la Iglesia nos
invita a rezar por ellos, ofreciendo también nuestros sufrimientos y fatigas
cotidianas para que, purificados completamente, sean admitidos para gozar
eternamente la luz y la paz del Señor.
En el centro de la asamblea de los Santos resplandece la Virgen María.
A Ella encomendamos nuestros queridos difuntos, con la íntima esperanza de
encontrarnos un día todos juntos, en la comunión gloriosa de los Santos.
El
Evangelio de este día nos presenta a los
discípulos y, por tanto, a la Iglesia, en su misión de salvación, como norma de
juicio ante las naciones y analogía del Verbo encarnado, a través de la
filiación divina que los constituye en hermanos de Cristo y miembros de su
cuerpo místico.
San Juan Crisóstomo dice al respecto: Mas si son sus hermanos, ¿por qué los llama pequeñitos? Por lo mismo que son humildes, pobres y abyectos. Y no entiende por éstos tan sólo a los monjes que se retiraron a los montes, sino que también a cada fiel, aunque fuere secular; y, si tuviere hambre, u otra cosa de esta índole, quiere que goce de los cuidados de la misericordia: porque el bautismo y la comunicación de los misterios le hacen hermanos. (San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 79, 1).
La expresión: “Estos hermanos míos más pequeños,” no
es aplicable sin mas a cualquier tipo
de pobres y necesitados de la tierra, sino que implica una pertenencia a
Cristo: “Todo aquel que os dé de beber
un vaso de agua por el hecho de que sois de Cristo, os aseguro que no perderá su recompensa” (Mc
9, 41); cf. (Mt 10, 42).
Así
lo ha visto San Jerónimo:
Libremente podíamos entender que Jesucristo hambriento sería alimentado en todo pobre y sediento saciado, y de la misma manera respecto de lo otro. Pero por esto que sigue: "En cuanto lo hicisteis a uno de mis hermanos", etc., no me parece que lo dijo generalmente refiriéndose a los pobres, sino a los que son pobres de espíritu, a quienes había dicho alargando su mano: "Son hermanos míos, los que hacen la voluntad de mi Padre" (Mt 12,50). (San Jerónimo. Cf. Catena Áurea en español 5531)
A sus “hermanos más pequeños”, Cristo
ha dicho: “Quien a vosotros recibe a mí me recibe” (Mt 10, 40). “Quien
a vosotros os escucha, a mí me escucha” (Lc 10, 16). Por eso, es a “las
naciones” a quienes dice: “Tuve hambre –en la persona de mis hermanos más
pequeños- y no me distéis de comer, tuve sed y no me distéis de beber,” y lo
que sigue. Sois benditos, o malditos, porque en “estos”, mis enviados, me
recibisteis o me rechazasteis a mí. “En verdad, en verdad os digo: Quien acoja al que yo envíe,
me acoge a mí, y quien me acoja a mí, acoge a aquel que me ha enviado” (Jn 13, 20). Oigamos también a Orígenes:
Se escribió a los fieles: "Vosotros sois cuerpo de Cristo" (1Cor 12,27). Luego, así como el alma que habita en el cuerpo, aun cuando no tenga hambre respecto a su naturaleza espiritual, tiene necesidad, sin embargo, de tomar el alimento del cuerpo, porque está unida a él, así también el Salvador, siendo El mismo impasible, padece todo lo que padece su cuerpo, que es la Iglesia. (Orígenes, in Matthaeum, 34).
Los
creyentes, debemos tomar conciencia de nuestra condición de ser “hijos del
Padre” y “hermanos de Cristo,” y también de nuestra condición de “pequeños,”
mediadora de la salvación de Cristo a las naciones: “Quien a vosotros recibe, a mí me recibe.” Misión de destruir la
muerte del mundo en sus propios cuerpos, constituidos en miembros de Cristo,
pues mientras nosotros morimos, el
mundo recibe la vida (cf. 2Co 4, 12).
Por eso, al ver que aún es tiempo de
salvación y de misericordia, hacemos
presentes a nuestros hermanos difuntos, para que sean pronto purificados
y alcancen la promesa de la bienaventuranza.
Que así sea.
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