Martes 23º del TO
Lc 6, 12-19
Queridos hermanos:
El Señor eligió a los apóstoles de entre sus discípulos después de una noche de oración, para que estuviesen con él, y para enviarlos a predicar. Como columnas de la Iglesia, los apóstoles serán los primeros testigos del Evangelio en Judea, y después en todo el mundo. Mientras manda callar a los espíritus malignos, a los apóstoles les manda predicar. Dice el Evangelio que acudieron muchos de la región de Tiro y Sidón, como primicia de los gentiles a los que ellos deberían congregar. La tradición los considera mártires, y el Apocalipsis los coloca como fundamentos de las celestiales puertas de la ciudad dorada de los elegidos, desposada e iluminada por el Cordero degollado, en la que sus hijos son consolados con consolación eterna en la nueva Jerusalén.
También
nosotros que hemos sido asociados por el Señor al ministerio de los apóstoles,
somos llamados a estar con él, donde se encuentre: En los pobres, en los
enfermos, en la liturgia, y en el cielo con la oración, y con los pecadores,
cuando acuden a curarse acogiendo la gracia de la conversión.
El
número doce hace presente al Israel elegido y depositario de las promesas, y
representa la continuidad de las bendiciones dadas a Abrahán y su descendencia,
en las que serían bendecidas todas las naciones. Cristo, retoño de David,
perpetúa la realeza y la elección de Israel que se abre a los gentiles, a
través de la misión de predicar comunicada a los denominados “apóstoles;”
nombre nuevo para la vida nueva que, recibida del Espíritu Santo, los envía a
iluminar el mundo y salar la tierra, para la “regeneración” de la creación
entera.
Heraldos
del Evangelio y maestros de las naciones hasta los confines del mundo, lo
sumergirán en las aguas de vida eterna que brotan del costado de Cristo, y
saciarán la sed sempiterna de la humanidad redimida.
¡Oh!
apóstoles de Cristo glorificados por el testimonio de vuestra sangre, derramada
como la de Cristo, que os ha nutrido, y con la que habéis abrevado a todos los
pueblos para la vida eterna.
Pedro,
Andrés, Santiago y Juan; Felipe, Mateo, Bartolomé y Tadeo; Santiago el de
Alfeo, Tomás, Simón el Cananeo y Matías, elegido en lugar del desertor.
Unámonos
a ellos en nuestra bendición, exaltación, glorificación y acción de gracias al
Padre que nos dio a su Hijo como propiciación por nuestros pecados,
resucitándolo para nuestra justificación. A Él la gloria, el poder, el honor y
la alabanza, por los siglos de los siglos.
Que así sea.
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