Domingo 24º del TO B

Domingo 24º del TO B

(Is 50, 5-10; St 2, 14-18; Mc 8, 27-35)

Queridos hermanos:

          Dios se hace presente en este mundo, en Cristo, para librarlo de la esclavitud al diablo y sellar con los hombres una alianza nueva y eterna, pero antes se presenta primeramente a sus discípulos, como el Siervo que debe entrar en la muerte y resucitar. Ambas cosas difícilmente comprensibles a la mentalidad carnal del pueblo y también de sus discípulos. El Señor trata de hacérselo comprender sin conseguirlo, y Pedro tendrá que ser corregido públicamente, por comportarse como la burra de Balaam, que sin comprender lo que dice, en un momento profetiza inspirado por Dios, y al momento siguiente habla inspirado por Satanás. Como viene a decir la Epístola de Santiago, el profeta no lo es sólo por las palabras que Dios le inspira, sino por el testimonio de su vida. De nada sirven las palabras, si se contradicen con las obras.

          Sólo con la venida del Espíritu Santo, se iluminará a los discípulos la cruz, como misterio de salvación envuelto en el sufrimiento del sacrificio redentor del amor y la misericordia divina.  

          El Padre revela a través de Pedro, la fe que fundamentará y sostendrá a la Iglesia, y también a Cristo, en su misión de Siervo, de la que habla la primera lectura, en cuya entrega se complace el Padre: “Era necesario que el Cristo padeciera.” El Hijo del hombre debe sufrir mucho.

          Dios desvela a los discípulos la persona del Cristo, que viene a salvar lavando los pecados, y que la profecía de Zacarías anuncia como fuente que brota de la casa de David, en Jerusalén, en medio de un sufrimiento profundo, en el que será traspasado el “hijo único,” que en el Evangelio se revela como “Hijo del Dios vivo.” De su costado abierto, manarán como de una fuente, agua y sangre. Se derramará “un espíritu de gracia y de clemencia,” en el que la Iglesia ve anunciado el Bautismo que nos salva, y que lava el pecado.

          La dialéctica entre muerte y vida, introducida en la historia por el pecado del hombre, alcanza a la redención que Dios mismo asume en su propio Hijo, para dar al hombre vida eterna, cuando la historia sea recreada por la misericordia divina, mediante la aniquilación de la muerte, en la cruz de Cristo Jesús.

          Esta fuente abierta está en la Iglesia, y sus aguas saludables brotan sin cesar de su seno bautismal, como del corazón de Cristo crucificado, para comunicar vida eterna, a cuantos se incorporan a Él mediante la fe revelada a Pedro, que obra por la Caridad, como dice Santiago en la segunda lectura.

          Proclamemos juntos nuestra fe.

                                                                     www.jesusbayarri.com

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