Lunes 24º del TO
Lc 7, 1-10
Queridos hermanos:
Esta palabra, a través de la fe del centurión, nos presenta la llamada universal a la salvación, mediante el don gratuito de la fe, que trasciende los límites de Israel, en busca de quienes se abren a la gracia. El mismo Jesús se admira de la fe de los paganos que contrasta con la incredulidad de su pueblo y que le hace exclamar: “Os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se pondrán a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los Cielos, mientras que los hijos del Reino serán echados a las tinieblas de fuera; allí será el llanto y el rechinar de dientes.”
Jesús
escucha las súplicas de los ancianos agradecidos por la caridad del centurión, y
va en busca de la fe de cuantos le siguen y le han escuchado y que ahora
caminan con él al encuentro de la fe del centurión, como dice Eusebio de
Cesarea ( Catena aurea en español 9701).
Por eso no se resiste a la petición de aquel hombre yendo en su busca, en lugar
de curar a aquel enfermo desde lejos con su palabra. Se pone en marcha con la
gente, excitando así sus expectativas para ayudarles a creer.
El centurión no se
acercó físicamente a Jesús en sus dos intervenciones del Evangelio, pero como
dice San Agustín, es la fe la que acerca verdaderamente al Señor, lo toca como
en el caso de la hemorroísa, y obtiene de él sus prodigiosos dones.
La fe del centurión va
acompañada de su caridad, que lo precede, y de su humildad ante el Señor, que
lo acompaña, tratándose en su caso de un hombre con poder de mando, y por eso
el Señor no duda en alabarlo para enseñanza de quienes le seguían entonces, y
de cuantos lo haríamos después. Además se admira, como en otros pasajes, se
goza y exulta, al contemplar la magnanimidad que su Padre muestra con los
hombres a quienes concede su gracia y el gran don de la fe.
El
siervo enfermo que se ha ganado con sus servicios la estima de su amo, recibe
por su medio la curación, y sobre todo el testimonio de la fe que le alcanzará
la salvación. También podría tratarse del caso contrario: que hubiese sido la
fe del buen siervo, la que hubiera suscitado la fe de su amo, y en consecuencia
su caridad, que ahora le obtenían del Señor su propia curación. No hay que
maravillarse de los insondables caminos de la gracia y la bondad divinas: “Buscad primero el Reino de Dios y su
justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura.”
También
nosotros somos hoy iluminados por la fe del centurión que nos llama, y somos
convocados de oriente y occidente a la mesa del Señor, con los patriarcas, por
medio de la fe de los hijos que se nos ofrece con el Evangelio y nos mueve a la
caridad.
Que así sea.
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