Lunes 23º del TO

Lunes 23º del TO 

Lc 6, 6-11

Queridos hermanos:

          El evangelio de hoy nos sitúa junto a Jesús y frente a un hombre con la mano derecha seca, que nos transporta al salmo 137, 5: ¡Si me olvido de ti, Jerusalén, que se me seque la diestra!  

          Para el salmista desterrado físicamente, es más importante llevar a Jerusalén en el corazón, es decir, al Templo, el lugar de la presencia de Dios en medio de su pueblo, que la plena capacidad de valerse por sí mismo que le da su mano diestra: su honor, su poder, su fuerza frente al enemigo y su prosperidad.

          El olvido de Jerusalén en la Escritura, es el olvido del Señor: “Escapados de la espada, andad, no os paréis, recordad desde lejos a Yahvé, y que Jerusalén os venga en mientes” (Jr 51,50). Auténtico destierro y lejanía del templo profanado por la idolatría, es el olvido de Jerusalén. El desterrado que mantiene en su corazón el recuerdo del Señor, en su lejanía, ofrece al Señor un culto espiritual. Su humillación es reconocimiento de la santidad y la justicia del Señor.

          Un hombre con la mano derecha seca, es como un signo que hace presente a Israel, la maldición que representa el olvido del Señor, la impiedad del corazón que hace de él un desterrado aunque siga físicamente en la tierra. Un desterrado, no obstante, es alguien que ha escapado de la espada en el día fatal gracias a la misericordia divina y debe al Señor el culto de su gratitud, que mantenga vivo en su corazón el recuerdo del Señor en tierra extraña (Jr 51, 50). Avivar este recuerdo es como caminar hacia Jerusalén. ¿Acaso no es esa la función del sábado en medio de la aridez de las ocupaciones cotidianas que, de hecho, alejan nuestro espíritu de la presencia del Señor?

          Jesús, viendo al hombre de la mano seca, tiene ante sí la miseria del pueblo que honra a Dios con sus labios pero su corazón está lejos de él, como había dicho Isaías. A este pueblo ha venido a llamar el Señor sacándolo de la idolatría de vivir “como si Dios no existiera”, habiendo visto sus prodigios en favor suyo, para llevarlo al verdadero culto a Dios, Padre, Espíritu y Verdad, infundiendo en su corazón el amor y el recuerdo entrañable del Señor y su misericordia.

          El Señor, apiadándose de aquel enfermo, llama a aquel pueblo a comprender que su presencia en medio de ellos, pone en evidencia las entrañas de misericordia con las que quiere atraerlo a su amor. “¡Ojalá me escuchara mi pueblo y caminase Israel por mis caminos! En un momento humillaría a sus enemigos y volvería mi mano contra sus adversarios” (Sal 81, 14-15).

          Que así sea.

                                                 www.jesusbayarri.com

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