Viernes 12º del TO
Mt 8, 1-4
Queridos hermanos:
La
palabra de hoy es una invitación a dar gloria a Dios en todo, pero sobre todo
por Jesucristo, en quien hemos obtenido el perdón de los pecados. Con él todo
es gracia para nosotros de parte de Dios, y como agraciados somos llamados a
ser agradecidos.
La
lepra, impureza que excluía de la vida de la comunidad, es imagen del pecado,
que aparta de la vida de Dios, que une a los fieles en la comunión.
El leproso que se acerca a Jesús de Nazaret, profesa su fe
en Cristo, postrándose ante él reconociendo su autoridad sobre la lepra y sobre
la Ley, que él se atreve a infringir acercándose a Jesús siendo un leproso.
Puede
sorprendernos que Jesús toque al leproso antes de decirle: queda limpio,
primero, porque él puede curar con sólo su palabra y segundo, porque la ley
prohíbe tocar a un leproso. Pero sabemos que Jesús, no sólo no puede ser
contaminado por la impureza, sino que puede limpiar toda impureza con sólo
quererlo. Por eso podemos decir que lo tocó ya curado, pues le dijo “quiero,
queda limpio”. Además quiso someterse a la ley en lugar de abolirla, mandando
después al leproso curado, para que la cumpliese igualmente, presentándose al
sacerdote, siendo así que, como dice San Juan Crisóstomo, Cristo no
estaba bajo la Ley, sino sobre ella como Señor de la Ley, y así lo testifica la
curación.
Quizá
viendo al leproso se le hizo presente al Señor la palabra de Isaías que él iba
a encarnar: “Nosotros le tuvimos por
azotado, herido por Dios y humillado”, y “quiso” ya desde ahora, sanar sus
heridas; “resucitar” a aquel hombre de semejante muerte.
La
curación, como dice el Señor, fue para dar testimonio ante los sacerdotes que
no creían, de manera que fueran inexcusables si persistían en su incredulidad,
mientras el leproso había hecho su profesión de fe, que lo salvó, como dice
Cromacio de Aquilea. Por eso el Señor cura y manda al leproso
para evangelizar a los sacerdotes, y para que viesen su fidelidad a la Ley,
como dice San Jerónimo, y no porque la felicidad eterna del
leproso dependiera de su salud física, ni tan sólo, para que cumpliera un
precepto de la Ley.
También
nosotros, leprosos como somos, necesitamos la curación que ahora sabemos desea
el Señor, no tanto de nuestro cuerpo, sino de nuestro corazón incrédulo por el
que nos viene la lepra, y a través de nosotros, del de tantos que aún no lo
conocen.
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