El Sagrado Corazón de Jesús B
(Os 11, 1. 3-4.8-9; Ef 3, 8-12.14-19; Jn 19, 31-37)
Queridos hermanos:
Celebramos hoy esta solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús. Aunque se tienen noticias de esta devoción desde la Edad Media (s. XII), y después con los misioneros jesuitas y San Juan Eudes, no es hasta 1690 que comienza a difundirse con fuerza, a raíz de las revelaciones a Santa Margarita María Alacoque.
Clemente XIII, en 1765 permite a los
obispos polacos establecer la fiesta, en esta fecha, del viernes siguiente a la
octava de Corpus Christi pero será Pío IX en 1856, quien la extienda a toda la
Iglesia. Después León XIII consagra al Corazón de Jesús todo el género humano.
Pio XII el 15 de mayo de 1956 publica su encíclica: Haurietis Aquas, sobre la
devoción al Sagrado Corazón de Jesús.
Celebramos
hoy esta solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, que nos lleva a contemplar el
amor de Cristo por nosotros, que le ha llevado a la cruz, padeciendo la pasión,
y derramando su sangre, y de cuyo costado traspasado por la lanza del soldado, han manado sangre y agua, como hemos escuchado en el Evangelio, que para los Padres prefiguran los sacramentos de la Eucaristía y del Bautismo,
que fundan la Iglesia y la mantienen en medio de las dificultades de la vida
cristiana.
La clave con la que han sido escritas
todas las Escrituras, con la que ha sido hecha la creación entera, la historia
de la salvación y la redención realizada por Cristo, es el amor. Pero el amor
no es una cosa sentimental y meliflua; el amor de Dios se nos ha manifestado
como entrega, en la cruz de Cristo: Con esta clave, si leemos, por ejemplo, en
la Escritura: “Jesús comenzó a sentir
pavor y angustia y dijo: Ahora mi alma está angustiada; Mi alma está triste
hasta el punto de morir,” el texto se transforma y nos dice: Te amo, hasta el
punto de morir de tristeza y de angustia por ti. Pero si esta clave del amor de
Dios está dentro del corazón del que lee, el texto se transforma de nuevo para
él de esta manera: Dios me ama, hasta el punto de morir de tristeza y de
angustia por mí.
Así, al contemplar el corazón de Jesús
a través de la Palabra, es el Señor quien habla a nuestro corazón, y nos llama
a estar arraigados en este amor como ha dicho san Pablo en la segunda lectura y
para eso necesitamos de la Eucaristía, que nos haga un espíritu con él.
Que así sea.
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