Jueves 10º del TO. San Antonio de Padua
Mt 5, 20-26
Queridos hermanos:
El Reino de los Cielos es Cristo, y entrar en él Reino es recibir su Espíritu, por la fe, que es incomparablemente superior a la Ley y a sus obras (a su justicia), porque no está fundamentado en el temor sino en el amor cristiano, que es la fuerza que lo impulsa y el criterio que lo gobierna. La primacía en el Reino es el amor, que es también el corazón de la ley. Por tanto, una puerta cerrada al amor lo está también al Reino. El amor, implica el corazón y es ajeno a toda justicia externa de mero cumplimiento de preceptos. Pero la plenitud del amor humano no es comparable a la del amor de Dios, que el Espíritu Santo derrama en el corazón del que cree en Cristo, haciéndolo hijo: “En verdad os digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él.
Si este amor se desprecia, se lesionan
todas nuestras relaciones con Dios, quedan inútiles, porque Dios es amor. La fe
queda vacía y nuestra reconciliación con Dios rota; se rompe nuestra conexión
con Dios a través de Cristo. Volvemos a la enemistad con Dios. Nuestra deuda
con el hermano está clamando a la justicia de Dios, como la sangre de Abel.
De ahí la urgencia de las palabras de
Jesús en el Evangelio: “Ponte a buenas con tu adversario“, expulsa el
mal de tu corazón mientras puedes convertirte, porque de lo contrario la
sentencia de nuestras culpas pesa sobre nosotros. El que se aparta de la
misericordia, se sitúa bajo la ira del juicio. El que se aparta de la gracia se
sitúa bajo la justicia sin los méritos de la redención de Cristo.
Qué otra cosa puede importar si no se
soluciona la vida de Dios en nosotros, o pretendemos vivir la nuestra a un
nivel pagano contristando el Espíritu que se nos ha dado.
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