Jueves 11º del TO
Mt 6, 7-15
Queridos hermanos:
En medio de los pecados de los hombres, Dios ha querido mostrar su misericordia a través de la oración.
Desde la oración de Abrahán con sus
seis intercesiones, sólo por los justos y que se detiene en el número diez, a
la perfección de Cristo, que intercede por la muchedumbre de los pecadores a
cambio del único justo que se ofrece por ellos, hay todo un camino que recorrer
en la fe que hace perfecta la oración en el amor. A tanta misericordia no
alcanzaron la fe y la oración de Abrahán para dar a Dios la gloria que le era
debida, y con la que Cristo glorificó su Nombre. En efecto, Sodoma no se salvó
de la destrucción.
Con este espíritu de perfecta
misericordia, los discípulos son aleccionados por Cristo a salvar a los
pecadores por los que Él se entregó.
Hoy, la palabra nos plantea la oración
y la escucha fecundas de perdón para nosotros y para los demás. Así es la vida
en el amor de Dios. Necesitamos la oración para ser conscientes de nuestra
necesidad de la Palabra, y para obtener el fruto de ser escuchados por Dios. La
oración es circulación de amor entre los miembros del cuerpo de Cristo, abierto
a las necesidades del mundo.
La oración del “Padrenuestro”, habla a
Dios desde lo más profundo del hombre: su necesidad de ser saciado y liberado,
y lo hace desde su condición de nueva creatura, recibida de su Espíritu. Busca
a Dios en su Reino, y le pide un pan necesario para sustentar la vida nueva y
defenderla del enemigo.
Dios
nos perdona gratuitamente y nos da su Espíritu, para que nosotros podamos
perdonar, y erradicar así el mal del mundo y para que así, seamos escuchados al
pedir el perdón cotidiano de nuestros pecados. Esta circulación de amor y
perdón sólo puede ser rota, por el hombre que cierre su corazón al perdón de
los hermanos. “pues si no perdonáis, tampoco mi Padre os perdonará”.
El mundo pide un sustento a las cosas,
y a las criaturas. El que peca está pidiendo un pan, como lo hace el que
atesora, el que va tras el afecto, el que se apoya en su razón ebria de orgullo
o en su voluntad soberbia. Panes todos que inevitablemente se corrompen en su
propia precariedad. Los discípulos pedimos al Padre de Nuestro Señor Jesucristo
y padre nuestro, el Pan de la vida eterna que procede del cielo. Aquel que nos
trae el Reino; “pan vivo” que ha recibido un cuerpo para hacer la voluntad de
Dios; una carne que da vida eterna y resucita el último día. Alimento que sacia,
no se corrompe, y alcanza el perdón.
Este es el pan que recibimos en la
eucaristía y por el que agradecemos y bendecimos a Dios, que nos da además el
alimento material por añadidura.
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