Domingo 1º de Adviento B
(Is
63, 16-17. 64, 3-8; 1Co 1, 3-9; Mc 13, 33-37)
Queridos hermanos:
Con
esta perspectiva, el cristiano puede tener la cabeza erguida y asociarse a la
invocación que, según el Apocalipsis, es el gemido más profundo que el
Espíritu Santo ha suscitado en la historia: "El Espíritu y la esposa
dicen: ¡Ven!" (Ap 22,17). Esta es la invitación final del Apocalipsis
(22,17.20) y del Nuevo Testamento: "Y el que lo oiga diga: ¡Ven! Y el que
tenga sed, que se acerque, y el que quiera, reciba gratis agua de vida... ¡Ven,
Señor Jesús! (Juan Pablo II, catequesis del 3/7/91).
En este primer domingo de Adviento, la
liturgia de la Palabra nos llama a la vigilancia, en la esperanza dichosa de la
venida del Señor, a quién hemos conocido por la fe y a quien amamos, por su
salvación realizada en favor nuestro. Así clamaba el pueblo en la primera
lectura: ¡Vuélvete Señor, por amor de tus siervos! Como dice siempre la
Escritura: “Conviértenos, Señor, y nos convertiremos. San Pablo en la segunda
lectura, asegura la asistencia del Señor a quienes le esperan, porque esperar
es amar: “Él os mantendrá hasta el fin,
para que seáis irreprensibles en el día de nuestro Señor Jesucristo”. El
amor engendra la esperanza, que se mantiene viva en la vigilancia, mediante la
sobriedad de la ascesis del corazón que ora sin desfallecer. Como un cuerpo
sano ansía el alimento, un espíritu amante ansía al Señor.
En efecto, el velar del que habla el
Evangelio no consiste en un mero privarse del sueño, sino en la vigilancia del
corazón que ama, como dice la esposa del Cantar de los Cantares: “Mi corazón velaba y la voz de mi amado oí”.
El corazón que vigila en el amor, escucha la voz del amado y le reconoce para
abrirle al instante, en cuanto llegue y llame: “Estén ceñidos vuestros lomos
y las lámparas encendidas, y sed como hombres que esperan a que su señor vuelva
de la boda, para que, en cuanto llegue y llame al instante le abran” (Lc
12, 35s).
He
aquí, entonces, el sorprendente descubrimiento: ¡nuestra esperanza, está
precedida por la espera que Dios cultiva con respecto a nosotros! Sí, Dios nos
ama y justamente por esto espera que regresemos a Él, que abramos el corazón a
su amor, que pongamos nuestra mano en la suya y que recordemos que somos sus
hijos. Esta espera de Dios, precede siempre a nuestra esperanza, exactamente como
su amor, nos alcanza siempre en primer lugar (cfr 1 Jn 4,10).
Todo hombre está llamado a esperar, correspondiendo a la
expectativa que Dios tiene sobre él.
En el corazón del
hombre (que cree) está escrita de forma imborrable la
esperanza, porque Dios, nuestro Padre, es vida, y para la vida eterna y beata
estamos hechos. (Benedicto XVI, Adviento 2007).
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