Sábado 31º del TO
Lc 16, 9-15
Queridos hermanos:
Lo propio de Dios es el amor, que une al Padre y al Hijo y que conocemos como el Espíritu Santo. Este amor de Dios, no se queda en sí mismo, sino que se abre a nosotros, para dársenos, y por eso, lo propio del hombre es, el don del Espíritu Santo de amor, que como en Dios, no se queda en sí mismo, sino que se abre a los demás, al prójimo, hermanos y enemigos.
Si en nuestro corazón, dejamos entrar
“el amor al dinero”, nuestro corazón se cierra en sí mismo; la imagen de Dios
en nosotros, queda sustituida por la imagen del diablo, por la idolatría. Por
eso dice la Escritura que: “La causa de todos los males, es el amor al dinero”.
Como nos ha dicho el Evangelio: “No se
puede servir a Dios y al dinero”.
Como dice la conclusión del evangelio refiriéndose
a los fariseos, la clave está en ver la actitud del corazón que ama el dinero y
no a Dios, atesorando bienes terrenales, y desplazando a Dios de su lugar para
colocar el ídolo. Es el corazón del hombre el que puede hacer de las cosas algo
abominable, ya que las cosas en sí mismas han sido creadas buenas por Dios: “todo
era bueno” (Ge 1,25). También el dinero es un bien, que el corazón puede
idolatrar y pervertir.
Por supuesto que si la ganancia es fruto
de cualquier injusticia o maldad, el dinero obtenido es totalmente injusto, por
lo que ya la moral exige la restitución. Difícilmente este dinero podría servir
para hacerse amigos con vistas a las moradas eternas, ya que en justicia debe
restituirse. No sería por tanto a este dinero al que Cristo se refiere. Si
tenemos en cuenta, en cambio, la “destinación universal de los bienes”, toda
acumulación tiene en sí, una connotación injusta, aunque haya sido legalmente
adquirido, ya que se le priva de su finalidad última, de ser útil a quien lo
ganó, y al bienestar y prosperidad de la sociedad. Este dinero injustamente
atesorado y acumulado, si que puede ser purificado, utilizándolo para el bien
común, la limosna y todo tipo de caridad, que además del dinero en sí, limpia
el corazón del que lo posee, ya que: “donde esté tu tesoro allí estará
también tu corazón.”
El corazón estará limpio del amor al
dinero, cuando lo considere instrumento y no fin. Entonces podrá serle confiado
lo importante. El dinero siempre
será algo “ajeno” y externo a nuestro ser, aunque pueda pervertir aquel
corazón del cual se adueña. En cambio por el bautismo, nuestro ser recibe el
don del Espíritu, que lo transforma ontológicamente, porque no queda como algo adherido
y extraño, sino como algo propio del nuevo ser que ha sido constituido “hombre
nuevo”. El don del Espíritu es por tanto algo “propio”, “nuestro”, que
Dios da a quien ha sido fiel en lo “ajeno”. El amor al dinero es
abominable para Dios porque, sitúa la abominación de la idolatría en el corazón
desplazando a Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario