Domingo 32º del TO A
(Sb 6,
13-17; 1Ts 4, 12-17; Mt 25, 1-13)
Queridos hermanos:
Hoy la palabra, como la anticipación del Adviento que se acerca, nos llama a la vigilancia, a estar en vela, porque el Señor está cerca, y su llegada a nuestra vida es tan imprevisible como segura. Vendrá el Señor y no tardará.
Como vemos en la parábola de las
vírgenes, no se trata tanto de una vigilia física, por cuanto todas las
vírgenes se durmieron, sino de la espera previsora de un corazón que ama, como
el de la esposa del Cantar de los Cantares: “dormía pero mi corazón velaba, (y entonces pude escuchar) la voz de mi
amado que llama”. Efectivamente, es el amor, el que hace posible la
espera contra toda desesperanza y la esperanza se hace vigilancia. Es el amor,
el que en la demora del bien que se ama, sostiene la fe en la promesa.
Dichosos los que esperan con amor,
porque se acerca la unión definitiva con el Señor. Él transfigurará nuestros pobres
cuerpos, nos unirá a él y estaremos siempre con él.
La primera lectura nos habla del
objeto de nuestra vigilancia, personalizando la Sabiduría, que san Pablo aplica
a Cristo, constituido “sabiduría de Dios”
para nosotros.
Pero, aunque el corazón esté pronto,
la carne es débil y es atraída por todo bien inmediato, rechazando todo
sufrimiento, y así se requiere el discernimiento del corazón que da la
Sabiduría.
La vigilancia implica por tanto una
tensión entre la carne y el espíritu, entre lo inmediato y lo definitivo, entre
el amor y el olvido, que debe ser regida por el amor previsor, que ilumina el
corazón, aviva la esperanza y se sostiene en la sobriedad.
Como decimos en el Adviento: Vigila el
que espera, y espera el que ama. El amor es la carta de ciudadanía que abre las
puertas del Reino; el único conocimiento del Señor que hace posible el ser
reconocidos por Él. En nuestra vida hemos recibido una invitación a bodas y
dependerá de lo que la apreciemos, la forma en que nos dispongamos a acogerla y
la deseemos.
Presentando la alianza de amor que
significan las bodas, la celebración de hoy está en gran sintonía con la
Eucaristía, en la que nuestras relaciones con el Esposo, la Esposa, y los
invitados, nos introducen en la expectativa del banquete, en medio de un clima
de alegría, amistad y amor, del que surge espontáneamente la tensión gozosa de
la vigilancia.
¡Ven Señor, que pase este mundo y que
venga tu reino! ¡Anatema quien no ame
a Cristo!
Proclamemos juntos nuestra fe.
No hay comentarios:
Publicar un comentario