Lunes 1º de Adviento

Lunes 1º de Adviento 

(Is 2, 1-5; Mt 8, 5-11)

Queridos hermanos:

Dios ha creado un pueblo para revelarse a él a partir de un grupo  de esclavos, y antes de universalizar esta revelación, sale en busca de cuantos se han ido dispersando, las ovejas perdidas de la casa de Israel, primero por los profetas y finalmente a través de la predicación de Cristo, pero son los extranjeros quienes manifiestan una mayor apertura a la predicación. Ha llegado el tiempo del cumplimiento de la profecía de Isaías que escuchábamos en la primera lectura. Dios se manifiesta a las naciones y se anuncia la paz: “Vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán a la mesa con Abrahán y los patriarcas en el Reino de Dios.”

           Cafarnaúm, “lugar de abundancia y de consolación”, está llena de orgullo por su bienestar en medio de la Galilea de los gentiles, frontera de las naciones, que se convertirá en horizonte para la expansión de la Iglesia en su misión evangelizadora hasta los extremos confines de la tierra.

La Escritura nos muestra el paradójico ámbito de la fe, a través de pobres, pecadores y gentiles, que alcanza tanto al pobre ciego, como al vil publicano, al malhechor, o al pagano centurión, de quien hoy dan testimonio además, su humildad, y el altruismo de su caridad. Fe, humildad y caridad, son poderosos intercesores de la oración, que Dios no desoye. Cómo no entrar en la casa, de quien por la fe, lo había ya acogido en su corazón.

          El Adviento nos sitúa ante esta llamada universal a la fe como respuesta personal, y como misión a las naciones, a la que somos invitados. Sea con nuestra adhesión o sin ella, la llamada debe llegar a los confines de la tierra antes que vuelva el Señor. En este tiempo nuestro, las naciones abandonan la invitación al banquete del Reino, más que seguir llegando de los cuatro vientos. Es por tanto tiempo de misión y de testimonio al que hemos sido llamados mientras se completa el número de los hijos de Dios.

Este es pues un “kairós” de vigilancia ante la venida del Señor, viviendo en su presencia, mientras nuestra mente y nuestro corazón lo aguardan para que ocupe el centro de nuestra existencia, por nuestro agradecimiento a su caridad.

Que así sea.

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