Inmaculada
Concepción de Santa María Virgen
Ge 3, 9-15; Ef 1, 3-6.11-12; Lc 1, 26-38
Queridos hermanos.
La fiesta
fue instituida en Roma el año 1476, por el Papa Urbano IV y fue hecha su
declaración dogmática en el año 1854 por el Papa Pío IX.
La palabra de esta liturgia nos presenta el llamado “Protoevangelio” o anuncio de la victoria de Cristo sobre el diablo, cuyo primer fruto es precisamente la inmaculada concepción de la Santísima Virgen María que hoy contemplamos.
Por la
unión indisoluble de Dios con la naturaleza humana, ha sido rota la cadena del
pecado y ha comenzado la gracia de la regeneración de la humanidad. María es la
primera redimida y santificada, “llena de gracia” como le fue anunciado por el
arcángel Gabriel. De esta gracia nos beneficiamos todos, llamados gratuitamente
a la santidad que Dios ha hecho brillar en ella y a la nueva creación de la que
ella es prototipo en Cristo Jesús. En ella somos ennoblecidos con la belleza
del más bello de los hombres, con la que ha engalanado a su madre.
Como en
todas las fiestas de la Virgen, le dirigimos nuestra mirada, en primer lugar para
contemplar la obra del Señor en ella, y en segundo lugar, la que el Señor
quiere realizar en nosotros según su promesa. En ambos casos nos encontramos
ante la gracia del Señor. Por gracia fue ella preservada del pecado y por
gracia somos nosotros purificados de él. Ella para dar a luz en la carne al que
llevaba en su seno por el Espíritu, y nosotros para dar a luz en la fe, al que
quiso asumir de ella nuestra carne. Ella no dijo no, a esta gracia, para que
nosotros pudiéramos decir sí, por pura gracia. Ella no dijo no, porque nosotros
no podíamos decir sí.
En María
somos hoy invitados a acoger la buena noticia de nuestro rescate, a creer en el
amor gratuito de Dios y a decir con María que se haga en nosotros su voluntad. De
manera que: “El Espíritu Santo venga
sobre nosotros, y el poder del Altísimo nos cubra con su sombra, para que el
que nazca de nosotros sea santo y se le llame hijo de Dios.”
Que así sea
en nosotros.
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